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30/12/2002

Fuente: Ambitoweb - Edición 791

Las Fiestas sin el padre


Por: Julio A. Ramos
Columnista de Ambito Financiero

Siempre diciembre es el peor mes para nosotros", me decían los preceptores de la Fundación Felices Los Niños que fundó el padre Julio Grassi. Esta institución no es un simple comedor para niños y jóvenes carenciados como existen tantos. Allí se encuentran menores con necesidades, se los aloja por miles, se los educa a algunos desde el jardín de infantes hasta el polimodal por sus distintas edades; chicos y chicas: se les enseña desde computación hasta inglés, se les brinda ropa y también se les da de comer cuatro ingestas diarias a la mayoría, aunque algunos se retiran a sus casas. Más aún: a los no alojados se les da un vianda para el fin de semana tras haber comprobado que los lunes, cuando retornaban al desayuno y la escuela, consumían el triple de facturas por el hambre padecida el sábado y domingo.

Además de salvar necesidades desesperantes como el hambre, obviamente lo principal, se busca en esta institución modelo en el país formar futuros ciudadanos hasta el límite de su propia capacidad de educarse pero que la valla no se las impongan las necesidades de su origen extremadamente humilde. Por eso la educación es estricta y el primer drama que trae diciembre son las notas escolares que significan que algunos niños repetirán el año o llevarán materias a marzo como en cualquier otro establecimiento educacional. El afán de darles condiciones lo más similar posible a cualquier chico sin tantos apremios es loable y la base de que se incorporen en el futuro a la sociedad sin menoscabo ni desventajas. Esta Fundación comenzó recién hace 8 años pero algún día la Argentina verá encumbrarse a alguien educado en su seno porque ni la genialidad ni la solidaridad se forjan necesariamente en una cuna con bienestar.


ESTRUCTURAL Y COMPLETA

Esa característica estructural completa tan especial de la Fundación Felices Los Niños hace que sea tan envidiada por organizaciones asistenciales menores y sus directivos, que se limitan al, desde ya plausible, propósito de asistir menores sólo desde el aspecto de la comida y clima de hogar. Provoca los celos también de otras organizaciones de la propia Iglesia, de algunos de sus más encumbradas jerarquías -monseñor Justo Laguna, por ejemplo- y de similares organizaciones para niños estatales burocratizadas y con costos que triplican los de esta Fundación sin llegar nunca a su grado de nivel asistencial y formación integral de menores en pobreza.

Pero no es fácil -nada fácil como ignoran los que la celan- mantener esa línea asistencial y educacional porque se trata de recuperar a niños o jóvenes que llegan con muchos problemas y traumas, desde familias pobres destrozadas, con golpes de padrastros, a veces con violaciones o con delitos cometidos a temprana edad por el entorno en que nacieron.

En este diciembre, por el tema de las promociones escolares, le rayaron el auto a uno de los profesores, le desinflaron las gomas a otro, una maestra tuvo que ser rescatada de un baño acosada por niñas no promovidas de grado. Conviviendo 24 horas permanentemente, sin el sosiego de un retorno al hogar por las noches son difíciles de controlar, más que en cualquier pupilaje.

No nos alarmemos por lo que es también la realidad de la vida. Sepamos también que la mayoría son chicos maravillosos, plenos, iguales o mejores que otros criados con lujo. Tampoco ignoremos que en el pabellón de niñas las hay de no más de 14 años con uno y hasta dos hijos algunas que mientras ellas tratan de recuperar su niñez interrumpida a sus pequeños se los cría en la propia guardería de la Fundación porque fueron expulsadas de sus hogares.

Diciembre suma otro problema para hacerlo «el mes más crítico» de los doce las fiestas de fin de año.

Entre los códigos de esa niñez y pubertad tan necesitada de cariño hay uno inviolable: se pueden entre ellos hacer chistes y cargadas sobre cualquier cosa menos sobre a quién sí o a quién no viene a buscar su padre o madre para pasar un fin de semana o las fiestas para restituirlos luego al hogar.

Cada 15 días recibo a jugar fútbol, comer asado, entrar en una pileta y despedirse con una merienda a alrededor de 25 chicos de la Fundación, a veces hasta a 30. Siempre los mismos con ausencia de algunos, quienes ese fin de semana los vinieron a buscar sus padres, algo que con satisfacción explican los restantes que concurren.


ROSTROS CON DOLOR

En este último sábado del año vinieron solamente 18 chicos del Hogar, los que sus padres -cuando los tienen- no los retirarán para estas fiestas. La mayoría tensos, con caras tristonas. A uno de ellos hubo que sacarlo de la cancha dos veces en dos partidos por estar demasiado agresivo. Otro muy triste porque su madre pudo llevar sólo a su hermano para Nochebuena y a él recién le tocará en Año Nuevo porque no le dan los recursos para los dos al mismo tiempo. Otro que jamás puede ser enviado con su familia porque lo usan de «camello» (distribuidor de droga). La mayoría del resto con dramas similares.

Para los que deben quedarse en la Fundación la única alegría ha sido siempre la presencia del sacerdote Julio Grassi pero en estas fiestas no lo pueden ver por ese infame complot jurídico-periodístico tramado en su contra. Les dimos también merienda con pan dulce pero no pudimos alegrarlos. Me avergüenza tener compatriotas argentinos con tanta carga de maldad sobre sí mismos, inclusive esos encargados de protección de menores del Estado -Cristina Tabolaro, en la provincia de Buenos Aires, y Norberto Linsky, en la Capital Federal- que, excediéndose sobre lo que dispuso la jueza López Osornio de Morón, ni siquiera permiten el contacto del sacerdote con los chicos de siempre ni acompañado permanentemente por una monja. Todos saben que no existe ningún peligro por la falsedad con menores engañados y pagos para la vil acusación de abuso pero aunque duden ¿qué acechanza habría para negarle una misa de Nochebuena con esos chicos acompañado por monjas, funcionarios o quienes quisieran? En su infinita burocracia -aunque se sospecha que fundamentalmente ideología- ¿temieron que algún funcionario destinado perdiera una Nochebuena cuando se la amargaron a miles de chicos carenciados que ven en Grassi la única prueba de cariño con que los compensa su dura vida?


RUTINA DE NOCHEBUENA

El sacerdote año tras año cumple una rutina en Nochebuena. Da misa y espera las 24 con los que se alojan en Hurlingham. Luego sale corriendo en su camioneta hacia otra sede de la Fundación en Isidro Casanova con más chicos. De allí parte a la siguiente sede, en General Rodríguez, donde saluda y bendice a más menores sin parientes en esa noche tan particular.

No es el final: luego viaja a la sede en Chacarita de la Fundación en la Capital Federal y de nuevo el rito de cariño. Terminó cada Nochebuena de los últimos años agotado ya en las primera horas de Navidad pero estaba tan bien organizado para satisfacer a todos esos rapaces adorables que hasta dormían siesta el 24 para esperarlo despiertos.

Puede haber -seguramente habrá- penas para quienes en «Clarín» en la difusión y magistrados judiciales de Morón y San Isidro en la gestación y ejecución llevaron a cabo este operativo denigrante que degrada la condición humana contra un sacerdote benefactor. Sin embargo la pena mayor sería que ellos enfrenten un día solo el cuidado de estos niños en la Fundación Felices Los Niños y que vean sus rostros compungidos, sobre todo en el mes de diciembre de cada año. No aguantarían como ahora disponen con frialdad e inmunidad desde la soledad de sus despachos o juzgados.

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E N C U E S T A
Padre Grassi:
¿Inocente o culpable?




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