Opiniones

25/10/2007

Fuente: AICA

Monseñor Giaquinta:
Ante la injusticia creciente es preciso orar siempre

Apuntes de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, para la homilía del 29º domingo durante el año (21 de octubre de 2007)

Lc 18, 1-8

I. Ante la injusticia creciente es preciso orar siempre
1. Este año, al escuchar el Evangelio según San Lucas, vimos varias escenas en las que Jesús está orando o enseña a orar. Algunas las comparte con los otros evangelistas, otras son de su cosecha. Señalar la oración como aspecto fundamental del misterio de Jesús es una de las características de este Evangelio.

2. El pasaje leído (Lc 18,1-8) se encuentra a continuación de otro en el que Jesús, respondiendo a los fariseos sobre “cuándo llegaría el Reino de Dios” (Lc 17,20), les dice que “no viene ostensiblemente”, y que hasta “el día en que se manifieste el Hijo del hombre” (v.30), la historia humana se desarrollará como en tiempos de Noé y de Lot: en medio de muchos dolores e injusticias. Ante esta respuesta, a los discípulos se les imponía una nueva pregunta: ¿cómo se puede soportar tanta injusticia y llegar al día de la manifestación del Mesías? Lucas inserta entonces la enseñanza de Jesús “que es necesario orar siempre sin desanimarse” (18,1), y la grafica con la parábola de la viuda que, ante la injusticia del juez, insiste en exigir su derecho. La conclusión es clara: si un juez injusto acaba por hacer justicia a una viuda que insiste en su pedido, mucho más Dios, infinitamente bueno, “hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar” (18,7).

3. La primera lectura, tomada del libro del Éxodo (17,8-13), prepara la comprensión del Evangelio. Muestra a Moisés en oración continua sosteniendo a Israel en su lucha contra sus enemigos, los amalecitas. Lo mismo, el salmo 120, con que hemos respondido. Mientras los peregrinos judíos subían la cuesta hacia a Jerusalén y se sentían desfallecer, unos cantaban: “Levanto mis ojos a las montañas (a ver si ya diviso a Jerusalén). ¿De dónde me vendrá la ayuda (para poder llegar)?”. Y otro grupo respondía: “La ayuda me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (vv. 2-3).

4. El mensaje de este domingo es claro. En la vida hay dificultades e injusticias muy graves, simbolizadas en Amalec que es un enemigo poderoso, en el camino montañoso hacia Jerusalén, en el juez inicuo que se desinteresa de una pobre viuda. Pero podemos vencerlas si acudimos a Dios con oración permanente, hecha con confianza filial.

II. ¿Es posible orar siempre?
5. Pero aquí mismo empiezan nuestras dificultades: ¿cómo hacer para orar siempre sin desanimarnos? Nos aterra lo de “siempre”. No somos monjes recluidos en un monasterio. Tenemos una familia que atender, los hijos que educar, el trabajo que realizar... Además, aparecen imprevistos que resolver. No podemos abandonar nuestras obligaciones y estar todo el día rezando. ¿Qué es, entonces, esto de orar siempre?

6. De ningún modo Jesús nos manda abandonar nuestras tareas para ir a rezar. Él mismo no lo hizo. Cuando nos propuso el ideal del buen servidor, no nos pintó la figura de uno que, en ausencia de su patrón, se recluyese para orar, sino de uno que se ocupa de sus compañeros de trabajo y, al llegar la hora, les hace encontrar la comida preparada. Cristo, mientras vuelve a purificar a este mundo de todas las injusticias, quiere que hagamos lo mismo; que nos ocupemos del prójimo; sea del individuo con quien convivimos o nos encontramos cada día, sea de la sociedad, cuyas relaciones justas y pacíficas hemos de construir permanentemente. Y para perseverar en esta actitud, a pesar de tantas injusticias, nos enseña “que es necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc 18,1).

III. La oración permanente: clima vital del cristiano
7. Orar siempre es la actitud del creyente que enfrenta las dificultades de la vida confiando plenamente en Dios. Mientras más arrecian, más confía en él y más lo invoca. Esta actitud la podemos tener siempre. No somos hijos de Dios sólo de a ratos. Podemos acudir a él en todo momento. En medio de las injusticias más atroces, podemos pedirle justicia de forma insistente con breves invocaciones.

La oración permanente es como el amor permanente. Éste necesita manifestarse de a momentos en expresiones concretas, un beso, un abrazo, pero cuando éstas cesan, el amor verdadero permanece. Lo mismo, la oración. Ésta es, ante todo, una relación filial permanente con Dios, que necesita expresarse de a momentos en actos explícitos de oración. Pero estos terminados, la oración permanente queda.

8. Los cristianos que viven en este clima de oración permanente son el principal tesoro de la Iglesia, quienes la sostienen y consuelan de las tribulaciones y persecuciones. Hay mucha gente así. Desconocidos, las más de las veces.

9. “A Dios rogando y con el mazo dando”, dice el proverbio español. Podríamos decirlo también al revés: “Con el mazo dando y a Dios rogando”. Es decir: continuar con nuestra vida ordinaria, y enfrentar las dificultades e injusticias que sufrimos, tanto personalmente como las que sufre la Iglesia, en un clima interior de oración permanente.

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia

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