Opiniones

7/9/2007

Una Pericia a Don Bosco

El Padre Moretti OFM realizó una pericia grafológica de la Psiquis de Don Bosco. Cuando el lector recorra el texto, que con rigurosidad científica desarrolla el examinador, verá que el Santo de los Niños tenía una personalidad apta para ser un delincuente o un santo, una mala persona que dejara su nefasta huella en la historia o un emprendedor (como fue) que cambiara para bien la vida de miles de niños de la calle. Su fuerte anclaje espiritual en Dios y su entrega generosa al bien de las almas hicieron que esas tendencias de la naturaleza fueran encaminadas hacia el bien, hacia el amor altruista.


P. GIROLAMO M. MORETTI
DE LOS FRAILES MENORES CONVENTUALES

LOS SANTOS A TRAVÉS DE LA ESCRITURA

SAN JUAN BOSCO




















[216]

SENTIMIENTO. – Signos importantes: Curva 5/10; Ángulos A 4/10; Ángulos B 4/10; Calibre I° modo 3/10; Espacio entre letras 7/10; Mantiene la línea 7110; Descendiente 3/ 10; Sinuosa 7/10; Titubeante 4110; Ponderada 4/10; Descuidada 5/10. - Modificantes: Apertura en el comienzo« o » « a » 6/10; Ejes rectos 4/10; Ejes plegados hacia adelante 6/10; Pendiente 7/10; Filiforme 5/10; Dinámica 8/10. - Accidentales: Fluida 8/10; Impaciente 5/10.

INTELIGENCIA. – Sustanciales: Longitud de las letras 7/10; Espacio entre las letras 7/10; Espacio entre palabras 4/10; Diferente metódicamente 7/10; Sinuosa
7/10; Pequeña 5/10; Clara 6/10; Obscura 4/10; Nítido 4/10; Pendiente 7/10. - Modificantes: Parca 9/10. - Accidentales: Pegada 8/10; Despegada 2/10.


Inteligencia: Cuantitativamente sobre el promedio (Longitud de las letras); cualitativamente productora y no reproductora (Distinta melódicamente), apta para escrutar las almas (Sinuosa), de buena memoria (Parca Minuta), apta para plegar las almas provistas de circunspección al tratarlas (Titubeante, Ponderada), de sensibilidad (Pendiente), de altruismo (Curva), de descuido de sus exigencias del a yo» (Ángulos A), del arte (Desigual met.), de la generosidad (Espacio entre las letras) por la que el sujeto está dispuesto a reservar la tenacidad de su forma de ver (Ángulos B)

El sujeto tiene una inteligencia no muy profunda en todo lo que aprehende y observa (Longitud de las letras); está ajeno a toda hipercrítica (Espacio entre palabras) y a toda sutileza (Espacio entre letras).

Tiene una exposición fácil y cómoda (Cuidada), lacónica (Parca), pero no ajustada (Fluida) y tan espontánea que no se puede desear mucho más (Fluida, Pegada).

Tiene una tendencia a la organización en un radio amplio de actividad resaltada (Dinámica) que en su finalidad puede ser grandiosa e invasora, pero que procede sin esfuerzo, en forma fluida y en apariencia no seguro (Titubeante), dispuesto más que a luchar con los obstáculos, a rodearlos por decirlo de alguna manera, a vencerlos entonces de forma tal que parece casi dispuesto a renunciar a sus empresas (Ángulos B).

Para obtener la finalidad propuesta tiende a utilizar todo: la delicada y dulce intromisión (Fluida, Dinámica), la disposición [217] a recibir reproches, observaciones, críticas (Desordenada, Ángulos A), la originalidad de sus descubrimientos (Dis. Metódicamente), la continuidad vinculada a la síntesis desde la acción hasta el resultado feliz (Pegada, Parca).

Su actividad tiende a no perder jamás de vista el objetivo a alcanzar. Hasta su firmeza de carácter (Mantiene la línea) que parece no tener esa fuerza que distingue las muestras de la voluntad, en su aparente indeferencia y lentitud (Descendiente, Desordenada) encuentra el medio para la eficacia de su objetivo, debido a que no molesta, teniendo el sujeto el trazo gentil (Pendiente), no tiene pretensiones, no habiendo resaltado el signo de la ambición de superación (Calibre P modo), progresa con circunspección titubeante (Titubeante, Ponderada) pero no cesa de insistir (Fluida, Pegada) en forma tal que aún los contrarios están finalmente obligados a dejarle libre el campo de acción.

Carácter: Debido a las calidades intelectivas del sujeto como fueron descriptas, se delinea muy bien el carácter suficientemente complicado para poder definirlo.

Éste es un carácter que debe vinculárselo principalmente a los temperamentos de cesión (cfr. P. Moretti, Grafología pedagógica, Editorial Messaggero di Sant’Antonio, Padova), pero al mismo tiempo tiene cualidades tales que lo reclaman, para ellos, los temperamentos de espera y, por algunas características, también los temperamentos de resistencia y de agresión. Por ese motivo el carácter que estamos estudiando está tan maltratado por las distintas cualidades del que está provisto como para no dar ninguna confianza sobre su disposición a escalar el monte encima del cual viven las almas elegidas. Es un carácter, de alguna manera, que se deja llevar (Ángulos A, Ángulos B), para luego recolectar mejor el fruto de su aparente indeferencia (Desordenada). Es un carácter que sabe hacerse amigo del adversario (Pendiente, Extensa ira letras) con el fin de conquistarlo cuando se presenta la ocasión propicia (Sinuosa), como haría el tratamiento homeopático para las enfermedades físicas. Tiene el arte de recoger todo (Dinámica), bueno y malo, con la idea de utilizar lo uno y lo otro (Dis. Metódicamente, Pegada)


Tiene dentro de sí mismo la finalidad prevista (Parca) guiado por la intuición (Dis. Metódicamente) psicológica (Sinuosa), mostrándose que da batalla (Dinámica) con el fin de descargar sus energías (Desordenada), informado por altruismo (Curva) generosa [218] (Extensa entre las letras), de forma que las almas más hostiles se ofrecen a él, esperando que no se los moleste en su intimidad a la que están muy ligados. Cuando éstos están atrapados por la forma de ser que esconden la meta a alcanzar ya preestablecida, entonces ellos se otorgan a la conclusión práctica de inducirlos a sus entendimientos.

Ahora, todo este complejo que marca su conducta está por cierto fundado en la astucia que puede desembocar en el bien, pero que puede desembocar aún en un gran mal de acuerdo a la moralidad de la cual el sujeto está informado. Y no es cosa fácil que el sujeto sea moral, debido a que para éste, él tiene necesidad de someterse a varias renuncias a las que se rebelan sus tendencias innatas. Debe renunciar definitivamente a las ganas de verse señalado con el dedo como hombre de acción (Dinámica), en él, deseo prepotente; debe soportar con paciencia a los adversarios y ganar, por lo tanto la tendencia a la impaciencia (Impaciente) que lo lleva a decidir por fas et nefas una batalla destinada a confundir a los adversarios, para la cual está muy preparado (Sinuosa). Dicha batalla por lo tanto tiende a una conclusión fáctica y recta de sus obras, lo que requiere un trabajo largo y bien articulado, a lo que el sujeto no tiene predisposición directa por naturaleza porque es impaciente (Impaciente) y porque sus tendencias desean y pretenden la acción sin tropiezos (Fluida), pero con medios ambiguos simplemente como tales (Oscura, Dis. metódicamente).

En fin, el carácter del sujeto tiende a estar dominado por una falsa sinceridad tan bien articulada que arruina una generación entera y de esta forma ser uno de los seres que sería mejor no hayan nacido jamás.

SEXUALIDAD: A todo esto se debe agregar que el sujeto es propenso al enternecimiento sexual (Apertura al comienzo «o . a») y además tiene una afectividad de languidez (Pendiente) por la que, con el complejo de las cualidades descriptas, pondría en acción todo esfuerzo (Dinámica) para hacer sangrar las vulnerabilidades (Sinuosa) de las almas y plegarlas a sus placeres morbosos que surgen del sentido aferrado por la materia.

Sin lugar a dudas es un líder, que para hacer el bien necesita contradecirse al grado máximo para poder ubicarse en la rectitud de las intenciones y de las obras. [219]


Nació en Castelnovo d’Asti, en una familia de humildes campesinos, el 16 de agosto de 1815. Ni bien fue ordenado sacerdote se dedicó a la educación cristiana de los jóvenes, que recogía de la calle y reunía en Oratorios, colegios, aún empleándolos en Imprentas. Fundó la Pía Sociedad Salesiana y la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora. Fue el apóstol de la juventud por excelencia. Murió en 1888, después de fundar obras inmensas.

La característica principal de su temperamento era la penetración psicológica junto al saber actuar: tenía habilidades para escrutar las almas y plegarlas, estando provisto de una circunspección en el tratarlas, y carácter que dejaba pasar para luego recoger mejor el fruto de su aparente desinterés. De hecho leemos en su biografía que era «franco y humilde, recibía a todos con respeto, como si todos fueran señores y él necesitara de todos. No hacía diferencias entre quien llegaba a él sólo para un consejo, o quien le entregaba una generosa donación, o quien le daba pocas monedas, fruto de sacrificios y privaciones. En sus palabras resplandecía siempre una gran humildad, acompañada por formas tan corteses y suaves, que lo hacían ser querido tanto por los hombres como por los ángeles.

En esa habitación, escribe el abogado C. Bianchetti, sobrevolaba una paz paradisíaca... Recibía a cada persona como si esa mañana no hubiese tenido otros a quien escuchar y consolar... Me contó el padre Bologna... que en Marsella, habiendo muchas personas que esperaban la audiencia, mientras Don Bosco estaba conversando con una madre que le había presentado su hijo enfermo, él, el Padre Bologna, fue tres veces a avisarle que muchas personas lo estaban esperando. Don Bosco le dijo dos veces que les aconsejara tener paciencia, la tercera vez, llamando a Padre Bologna, le dijo: -Las cosas hay que hacerlas como corresponde, o no se hacen, acá no se pierde tiempo: apenas se pueda, dejaremos entrar a los demás. Otra vez fue a visitarlo, sólo por curiosidad, un riquísimo negociante sin fe, y salió totalmente confundido, exclamando tres o cuatro veces sin interrupción: -¡Qué hombre, qué hombre es éste! – Y preguntado qué le dijo, contestó que había escuchado cosas muy bellas que jamás había escuchado de los demás sacerdotes, y que lo había despedido con estas palabras: -Tratemos que un día, usted con su dinero, y yo con mi pobreza, nos podamos encontrar en el paraíso-» (SAC. G. B. LEMOYNE, Vida de San Juan Bosco, Turín 1935, pág. 345-355). «Una vez, en Niza, hacia el final de una conferencia, con una capa en los hombros y una bandeja en la mano, comenzó a recorrer la iglesia, pidiendo limosna. Un obrero, a quien el Santo le presentó el plato, le dio vuelta irrespetuosamente la espalda. Don Bosco le dijo con gran amor: -Dios lo bendiga! – Ese hombre puso la mano en los bolsillos y le dio dos monedas. – Oh, querido, que el Señor se merece cada vez más! – El obrero extrajo la billetera y le dio una lira. El Santo le dirigió una mirada que desvelaba una profunda conmoción y continuó con el recorrido por la iglesia: y éste lo siguió hasta la sacristía, por la ciudad, y, por esa mañana, no lo abandonó, vencido por su encanto» (pág. 253). [220] «Un día, en Roma, se encontró con la calle cerrada por un grupo de jovencitos. Tranquilo, avanzó hasta ellos, luego, sacándose el sombrero, pidió con respeto que lo dejaran pasar. En el momento, con los ojos asombrados y fijos en su rostro tranquilo y sonriente, se callaron todos, y le abrieron camino con respeto» (pág. 254). «Era, siempre, de una fineza especial para hacer llegar al oído de quien tenía necesidades una palabra exacta» (pág. 155).

Tenía una generosidad natural, por lo que era indiferente a las exigencias de su yo. «El Siervo de Dios –declara Don Francisco Dalmazzo-, tenía un espíritu tan mortificado, que no se quejó jamás de nada de lo que se le preparaba, salvo que se tratase de ropa más fina de lo acostumbrado, o de una comida más exquisita. En los treinta años que estuve con él, noté siempre un gran espíritu de mortificación externa, que marcaba claramente cual debía ser la interna... Fuera de la comida, en la casa no comía nada más: en casa ajena, por cortesía, a veces aceptaba un poco de vino con agua... Él, a la mesa, introducía discursos tan amenos y edificantes, que consolaba ampliamente a los comensales, mientras que a él le quedaba muy poco tiempo para ocuparse de si mismo, de forma que, aún en medio del bienestar, ejercía la mortificación, siendo su conversación un verdadero predicamento, adaptado a la circunstancia. A la noche luego, se lo veía con mejor apetito y a menudo nos decía que, donde se encontraba mejor para las comidas, era siempre en el Oratorio» (pág. 199, 201).

Sabía hacerse amigo del adversario para conquistarlo cuando se presentara la ocasión. «Aún hacia aquellos que lo ultrajaban brilló en forma luminosa la caridad del Santo. Eran los tiempos del Oratorio y un domingo, después de las funciones, narra Giuseppe Brosio, no viendo a Don Bosco en el patio, lo busqué por todos los rincones de la Casa, y lo encontré finalmente en una habitación, en constricción casi llorando. Insistiendo yo, para que me dijera el motivo de su dolor, me aclaró que un joven lo había ultrajado. – Respecto a mi, decía, no me importa: pero lo que más me duele, es que esa persona se encuentra en vía de perdición-. Estas palabras me afectaron tanto que, temblando de rabia, pensaba en una cruel venganza contra ese joven. Don Bosco se dio cuenta de mi alteración, y con una sonrisa me dijo: - Tú quieres vengar a Don Bosco, y tienes razón, pero la venganza la haremos juntos, estás de acuerdo? -¡Sí! – le contesté. Pero la rabia que me dominaba en ese momento no me dejaba ver que la venganza de Don Bosco era el perdón y el rezo para él. Efectivamente, Don Bosco me condujo a orar por el compañero, y estuvo mucho tiempo en oración. Creo que también rogó por mi, porque en todo momento, sentí que cambió mi sentimiento; y el desprecio hacia ese compañero aún en mi se transformaba en amor hacia él; y Don Bosco, cuando salimos, me dijo que la venganza del verdadero católico es el perdón y la oración para las personas que nos ofenden»... Habiendo caído en manos de la justicia, una persona que había atentado contra su vida, él fue llamado a declarar en su contra, y le consiguió el perdón y la conmutación de la pena» 225, 226).

Que tuviese tendencia al altruismo nos lo demuestra la obra de toda su [221] vida dedicada a los demás, sin ninguna reserva para si mismo. De esta forma sublimó esta tendencia transformándola en activa caridad hacia todos, caridad caracterizada por una delicadeza extraordinaria. Leemos entre otras cosas que la celeridad de todo tipo, que empleaba a favor de sus hijos, no pueden expresarse en pocas palabras... Para los enfermos, dedicaba los cuidados más intensos: a menudo los visitaba, los confortaba, y cuando empeoraban, pasaba las horas del día y de la noche para asistirlos, y era una palabra que corría por nuestras bocas, que hubiese sido dulce morir en el Oratorio, para tener la asistencia de Don Bosco. Mientras cubría las necesidades materiales y espirituales de todos sus hijos, tenía para cada uno delicadezas paternas. Contaba Don Sala... que siendo él alumno del Oratorio, un día Don Bosco le mandó a decir que lo esperaba. Corrió inmediatamente, y le preguntó al Santo que deseaba, -¡Quiero tomar un café contigo! – le contestó Don Bosco, y le tendió una taza con amor; luego, delicadamente, le anunció la muerte de su padre. El pobre estalló en un gran llanto. Don Alasonatti, presente, le susurró en el oído: “¡perdiste un padre, pero te queda otro!” – Y Don Bosco comenzó a decirle que su familia no hubiese podido pagar la módica pensión, él lo tendría gratuitamente por toda la duración de los estudios. El joven se fue a la casa por pocos días: y desde allí le escribía al Santo: - Créame, las lágrimas que derramo por la muerte de mi padre, cuando pienso en usted inmediatamente se transforman en lágrimas de consuelo» (pág. 213).

Tenía facilidad hacia la ternura sexual; en cambio «el Siervo de Dios... era de una castidad angelical. Sus palabras, sus actitudes, sus gestos y en conjunto su actitud, emanaban un candor y un hálito virginal como para capturar y edificar a cualquier persona que se le acercara, aún un descarriado. En las mismas caricias que nos brindaba había un no se que de pureza, de castigado, de paterno, que parecía infundir en nosotros el espíritu de su castidad, de forma que nos sentíamos capturados y especialmente resueltos a practicar la santa castidad» (pág. 212)

«Sufría por cada ofensa a Dios, pero cuando escuchaba hablar de escándalos, se evidenciaba inmediatamente la exteriorización del dolor que le destrozaba el corazón. Un día hablando con algunos escandalosos, estalló con esta expresión:- ¡Si no fuese pecado, los estrangularía con mis propias manos!» (pág. 211).

Su afectividad era fuerte, y de abandono; la dedicó totalmente a amar a sus jóvenes, y es difícil explicar cuánto amara a sus hijos. Cuando estaba ceca de la muerte, entre los que los rodeaban nació una competencia para ver quién era el predilecto. Cada uno aducía pruebas, cada uno creía ser el vencedor; pero después que todos dijeran lo que tenían que decir, se convencieron que Don Bosco había tenido tanto afecto para todos, como si cada uno hubiese sido su hijo único» (pág. 216)

Tenía el arte de recoger todo, bueno o malo, con la idea de utilizar tanto uno como lo otro, en fin tenía la astucia, que podía desembocar en el bien pero también en el mal, según la moralidad que tuviese el sujeto. Debido a que «en toda la vida de Don Bosco el amor de Dios fue el motivo de todas [222] sus obras, el inspirador de todas sus palabras y el centro de todos sus pensamientos y de sus afectos» (pág. 227), él sabía utilizar cualquier cosa, persona o evidencia con el fin de ofrecer mayor gloria a Dios. «Era el gran padre, bueno y dispuesto para todos, y lo demostraba de mil formas...Como signo de afecto y de confianza invitaba a veces a uno, a veces a otro a salir con él para animarlos a la confianza, para retarlos paternamente por algún defecto... Cuando veía un poco de asperezas entre dos alumnos de los más grandecitos y le parecía difícil que se reconciliaran enseguida, invitaba a uno de ellos a que lo acompañara a la ciudad. Este acto de amistad calmaba un poco al elegido, a quien le hacía contar la historia de los errores cometidos. El día siguiente invitaba al otro, y lo dejaba hablar. Por su parte se ocupaba paternamente de disipar los preconceptos de uno y del otro: hasta que, el tercer día, los invitaba a ambos. A pesar de que estuviesen encendidos sus rencores no se atrevían a decirle que no: con respeto se dirigían en silencio, pero inmediatamente él tomaba la palabra, daba explicaciones, convencía, y volviendo al Oratorio, los dejaba más amigos que antes» (pág. 331). «A menudo bromeaba aún con la máxima amabilidad, especialmente cuando veía a alguien que estaba siempre muy pensativo. Entonces salía con comentarios graciosos, y aún con cuentos amenos, que provocaban la risa general» (pág. 332). Decía a sus jóvenes: «Diviértanse todo lo que puedan, siempre que no comentan pecado» (pág. 261); «Se de amplia libertad para saltar, correr y gritar a gusto» (pág. 314). Su astucia, más refinada por la tendencia a la penetración psicológica y por la delicadeza del sentimiento, buscaba todos los medios para acercarse a sus jóvenes y conquistarles el corazón. «Si alguien deliberadamente trataba de evitarlo, no teniendo el coraje de soportar la mirada, él seguía sus pasos y, de repente, sin hacerse ver, se le ponía de costado y delicadamente le cubría los ojos con sus manos, manteniéndole fija la cabeza de forma que no pudiese ver quien le hacía la broma. El jovencito, lejos de pensar que fuese el Santo y, creyéndolo un compañero, trataba de adivinar el nombre; y después de unos instantes las manos se retiraban – ¡Oh! ¡Don Bosco!: - ¿Por qué me evitas? – ¡Yo no! - ¿Entonces seremos amigos?... escúchame... - y le hablaba al oído» (pág. 250).


Por naturaleza tendía a la impaciencia, pero ejerció al más alto nivel la benevolencia y el amor. Él mismo aconsejaba: «ya no castigos penosos, ya no palabras humillantes, ya no reproches severos en presencia ajena. Que en las aulas suene la palabra dulzura, caridad, paciencia -. Ya no palabras mordaces, no un sopapo grave o liviano. Hágase uso de los castigos negativos y siempre de forma tal que los que están avisados, se transformen en amigos nuestros más que antes y que ya no serán ofendidos por nosotros. La dulzura al hablar, al actuar, al advertir, vence todo y a todos» (pág. 324)

Dicha impaciencia natural hubiese podido, si estuviese acompañada, conducirlo a formar por fase et nefas una batalla destinada a confundir a los adversarios, para la [223] que estaba muy preparado. Vemos por los ejemplos prácticos que sólo en casos extremos en los que era necesario intervenir con autoridad y severidad, se valió de esta tendencia natural, pero siempre con un buen motivo, para la ventaja espiritual de las almas. Se lee que a veces, «después de tentar todo medio de corrección, al ver que ciertos alumnos eran irreducibles, recurrió a métodos correctivos tales que fueron memorables, como los del 16 de septiembre de 1867... Comenzó con narrar todo lo que el divino Salvador había hecho y padecido para la salvación de la salvación de las almas y sus amenazas contra los que escandalizaban a los niños: habló de lo que había hecho y hacía él mismo para cumplir con la misión que le confiara la Divina Misericordia... Y después de describir los beneficios que habían recibido, proseguía: - Aquellos creen que no son reconocidos, pero yo se quienes son, y podría nombrarlos en público. Quizás no está bien que yo los nombres: sería algo muy deshonroso para ellos, sería un hacerse marcar con el dedo por los compañeros, e infligir en ellos un castigo espantoso. Pero si no los nombro, no quieran creer que Don Bosco los ignore porqué no está informado plenamente de cada cosa, o porque no los conozca, o porque tenga sólo una lejana sospecha y tenga que tratar de adivinar... Además, si yo quisiera nombrarlos, podría decir: -Eres tú, o A... (y dijo su nombre y apellido) un lobo que giras alrededor de tus compañeros y te alejas de tus superiores, poniendo en ridículo sus dichos. Eres tú, o B..., un ladrón que con tus dichos empañas el candor de la inocencia... Eres tú, o C... un asesino que con determinados mensajes, con ciertos libros y ciertos subterfugios, arrancas a María sus hijos que tiene junto a ella. Eres tú, o D..., un demonio que perviertes a tus compañeros y les impides con tus maniobras la frecuencia a los Sacramentos... - Y siguió de esta forma, hasta que nombró a seis. Su voz era calma y nítida. Cada vez que pronunciaba un nombre se escuchaba un grito sofocado... ¡Parecía el juicio universal! Él los miraba, mientras una lágrima lo corría por la mejilla» (pág. 234).

Tendía a estar dominado por una falta de sinceridad tan bien estructurada como para arruinar a toda una generación. Pero Don Bosco, el Apóstol por excelencia de la juventud, fue el salvador de numerosas almas, que quedaban encantadas por su atractivo de santidad ni bien se estaba frente a él. «Muy fiel al programa de hacer siempre, por todos lados y a todos, el mayor bien posible, usaba la máxima franqueza al actuar y la más natural libertad al hablar» (pág. 391).

Sentía la ambición de verse apuntado con el dedo como un hombre de acción, practicó en forma perfecta la humildad, escapando a todo lo que pretendía honrarlo, tratando de encontrar el único y sublime honor de servir al máximo a su Dios. – Leemos que «cuando alguien le colocaba algún título honorífico, se apuraba a declarar que era un pobre sacerdote despojado de toda dignidad, sin ningún diploma de maestro o de profesor, y sin ningún título, más que el de – jefe de los mocosos» (pág. 446). Y más adelante «El humilde no sólo no trata de ser alabado, pero goza cuando ve que no se toma en cuenta su persona... Una noche –certifica Giacomo Beano [224] el camarero le dijo al cocinero que por lo menos le diera un poco más caliente la comida destinada a Don Bosco. Pero éste, rústico de carácter contestó:    -¿Y quién es Don Bosco? ¡es como uno más en la casa! - Alguien le contó a Don Bosco esta respuesta insolente, pero el Gran Siervo de Dios observó con total calma: - El cocinero tiene razón» (pág. 448). [225]

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