Opiniones

6/9/2007

Fuente: AICA Noticias

Busca desacreditar a quienes predican la verdad evangélica

Alocución de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientes, para el 22º domingo durante el año
(2 de setiembre de 2007)

Lucas 14, 1. 7-14

1. Obrar el verdadero bien. Detrás de consejos concretos y de indicaciones precisas para un comportamiento humanamente correcto está el secreto que lo posibilita. Únicamente Dios da el Espíritu que conforma el corazón de un honesto protagonista de la sociedad. Hay que ser bueno –aunque sea en proceso de serlo– para obrar el verdadero bien. El mal obrar indica un corazón malo, necesitado de redención. Jesús advierte que los hombres no entienden una motivación que no sea la conveniencia y el bien parecer. Por ello los lleva a suplicar el Espíritu –que Él otorga– y su obra silenciosa y eficaz. Somos tan veleidosos que actuamos como si fuéramos nuestros propios creadores. Por ello imaginamos planes y pretendemos ejecutarlos. El hombre tiene capacidad de hacer planes, pero, no procede de él esa capacidad. Se la da su Creador, al otorgarle el don admirable de la vida. Le corresponde el consentimiento, verdadero ejercicio de la libertad. Sin conocer a Dios, sin haber establecido una relación personal con Él, la actividad libre será un desvarío irrefrenable y catastrófico. Lo comprobamos a diario, en cada acontecimiento y en cada decisión de comandar –al arbitrio de cualquiera– el difícil timón de la historia. Se malogran las mejores posibilidades por no apuntar con acierto a acuerdos sabios y austeros. Sabemos que todos peregrinamos hacia la verdad, y que necesitamos hacerlo juntos. A todos debe asistirnos la virtud clave que abre nuestra mente y corazón al aporte de los demás, aunque existan distancias personales y momentáneamente insuperables.

2. ¿De cuál bien común se habla? La atomización hace imposible establecer parámetros comunes. Mientras tanto el pueblo observa desconcertado e indeciso. Buscar el bien común es buscar el bien de todos. Para ello es preciso establecer, en una generosa aproximación, de cuál bien se habla. Con un lenguaje o con otro se impone identificarlo y otorgarle un consentimiento que supere particularismos y se ajuste a la coherencia del pensamiento compartido cordialmente. A veces se producen contradicciones, que requieren ser allanadas con buena voluntad. Las bases del ecumenismo están en los vínculos que se establecen a partir de coincidencias simples y claras. Eso mismo debe ocurrir en los espacios del pensamiento político y social. A veces se advierte demasiada rigidez, al sostener propias convicciones, particularmente cuando la intolerancia cierra todo paso al diálogo. Es preciso armonizar la seguridad en la Verdad que profesamos con el aporte a la sociedad –pluricultural– que debemos hacer de ella. Jesús “come con los pecadores” o, en otros términos, con quienes responden con su comportamiento a otro pensamiento. No obstante departe con ellos y obtiene, de esa manera, el derecho a ser escuchado respetuosamente. Más aún, entiende que su misión es estar con ellos, porque “ha venido para ellos”. Es evangélico desterrar del corazón creyente todo sentimiento de alejamiento de quienes Jesús vino a buscar. A veces no es placentero el contacto comprometido con el mundo en ascuas, abrumado por la violencia y despistado por el error. Pero Jesucristo –y obviamente su Iglesia– “ha venido a buscar lo que estaba perdido”. ¡Qué clara y directamente lo dice Él cuando afirma estar “para los pecadores”!

3. Mantener el rumbo. Existe una manera de rechazar la verdad evangélica: desacreditar a quienes se esfuerzan, cumpliendo una misión debidamente acordada por Dios, por ofrecerla en la simplicidad de la predicación. Eso está ocurriendo. Quienes se empeñan en esas campañas de descrédito piensan, quizás, que están desenmascarando malos intentos e hipocresías. Lo más grave y dañino del error es hacer pensar que constituye la verdad. Únicamente el Señor, tan presente entre sus hijos –incluidos los alejados y pecadores– garantiza la llegada a la verdad. Es preciso mantener el rumbo, dócilmente rendidos a la conducción de la Palabra divina y del testimonio esclarecedor de los grandes testigos de la fe. La perseverancia acrisola los corazones creyentes y les facilita el arribo al amor y a la verdad. Para ello se debe producir la convicción humilde de que el Espíritu de Dios obra callado. Las pruebas y tentaciones adquieren formas variadas y pueden llegar a fatigar el ánimo más aguerrido. La gracia de Jesucristo hace posible –para el más pequeño y débil– una completa victoria. Las exhortaciones apostólicas y de los santos Pastores se refieren a la confianza en el poder y la misericordia de Dios. Los mártires, de todas las edades y condiciones de vida, dan muestra de un valor sobrehumano. No resulta del vigor temperamental o de las convicciones largamente gestadas. La sorpresiva manifestación y la fragilidad de quienes le dan lugar revelan la existencia de un poder divino –llamado “gracia” – que “hace posible lo imposible para los hombres”.

4. Nadie es más bueno y honesto que Jesús. Nuestra sociedad “cristiana y mariana”, como se la denomina, experimenta la debilidad de la fe, que entiende profesar, cuando debe acomodar el comportamiento cotidiano al contenido de su Credo. Muchos viven cristianamente, a veces son quienes menos gravitan en los espacios determinantes de la vida social, pero, muchos otros relegan la fe a una insípida formalidad y la declaran impracticable. ¿No es así? No es posible que afirmemos seriamente que la Iglesia debe cambiar, apuntando a los contenidos esenciales de su Doctrina revelada. Así lo hacen quienes, declarándose “católicos”, defienden el aborto, destruyen el matrimonio con pérfidos sustitutos, relativizan la moral sexual y ensanchan los márgenes injustos de la pobreza. Nadie es más bueno y tierno con el pecador arrepentido que Jesucristo. Nadie es más honesto en la exposición de la verdad, aunque sufra la contradicción de quienes la rechazan –pretendiendo sustituirla erróneamente– que Jesucristo. Así debe ser su Iglesia.

Mons. Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientes

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