Opiniones

26/8/2005

Fuente: Asociación de Mujeres Jueces de Argentina

LA SOCIEDAD Y LA JUSTICIA
EN LA ERA DE LA COMUNICACIÓN

Dr. Héctor Ruiz Núñez


La aparición de los medios de comunicación masiva, con su capacidad para uniformar criterios, anular individualidades e inducir comportamientos, es el acontecimiento más importante de la era moderna.

En la actualidad, cualquier estudio de comportamiento social debe contener, como ingrediente insoslayable, la omnipresencia de los medios en la vida de un porcentaje cada vez más alto de personas. Con un interrogante básico: ¿hasta qué punto el hombre de este tiempo conoce la realidad o conoce únicamente lo que los medios le presentan como realidad?

Los profesionales del Derecho, especialmente los miembros del Poder Judicial, deben asimilar esta realidad: admitir que se han convertido en actores en el escenario del teatro mediático, aunque les pese, y sus acciones son observadas, analizadas, criticadas y mediatizadas hacia el gran público. Aquel ámbito recoleto de Tribunales donde todo era discreción y reserva, donde los magistrados hablaban exclusivamente por sus sentencias, ya forma parte de una época que se despide. El interés de los medios de comunicación en las cuestiones judiciales y su influencia, reconocida o no, en muchas acciones y decisiones de fiscales y magistrados, han producido, en algunos casos resonantes, una verdadera co-administración de Justicia. Quienes desconozcan esta realidad podrán refugiarse durante un tiempo en el refunfuño nostálgico junto a sus pares de pensamiento análogo, como en una especie de onanismo grupal, pero cada vez estarán más distanciados de la sociedad. El planteo sensato no es cerrar los ojos, sino abrirlos bien, analizar la nueva situación, y plasmar una nueva administración de Justicia que se adecue a los tiempos.

La relación entre la Justicia institucional y la prensa ha sido históricamente conflictiva, de una gran tensión. Si se incluye además el ingrediente sociedad, esa relación se hace claramente compleja. La justicia tiene su lógica, sus códigos y sus intereses. Los medios tienen su lógica, sus códigos y sus intereses, pero no son los mismos. Y por último, la sociedad tiene los suyos, aunque son más difusos y cambiantes.

El gran desafío, que hoy parece casi inalcanzable, es lograr un acuerdo de colaboración y límites con los medios de prensa y una reconciliación entre la Justicia y la Sociedad.

Cualquier programa dirigido a objetivo tan ambicioso debe iniciarse con un análisis del escenario actual. Sin pretensiones de agotar el análisis, se pueden mencionar algunas características de los actores. ¿Qué sociedad es nuestra sociedad? ¿Cómo son nuestros medios de comunicación? ¿Qué Justicia tenemos?

Hablemos de la sociedad

La humanidad ha recorrido un largo camino desde aquel lejano homo habilis, pasando por el homo erectus y el homo ludens, hasta llegar al homo sapiens. Giovanni Sartori, en su libro “Homo videns, la sociedad teledirigida”[1] afirma que el homo sapiens está siendo destronado, y quien ocupa su lugar es una nueva especie, que bautizó como homo videns: el individuo captado por la televisión. La cultura basada en la imagen frente a la cultura basada en la palabra es la tensión entre lo emocional y lo racional, entre contemplar y comprender, entre espectáculo y reflexión.

Los medios son el principal enemigo del análisis crítico. Consolidan el imaginario, excitan la superstición, el pensamiento mágico, la visión conspirativa.

Que los medios de comunicación construyen la realidad es una comprobación que comparten semiólogos y sociólogos, pero logran algo más que eso: los medios moldean, construyen a su público. Antes de que uno descubra quién es, los medios le indican quién es.

Se sostiene que la televisión no educa, pero en realidad sí lo hace. El chico que desde muy pequeño es instalado cuatro o cinco horas frente al televisor recibe más pautas de conducta y de comprensión de la realidad de ese aparato que de sus padres o del colegio. La televisión es educativa, aunque no en el esquema clásico.

Hoy se cena con la televisión y las peores cosas se ven en ese horario: en temática, en lenguaje, en valores morales. Se fomenta la burla con la anuencia del burlado, que canjea su dignidad por un electrodoméstico. Lo privado pasó a ser público; el pudor tradicional ha variado hacia un impudor disfrazado de pudor fingido, o de transgresión, dirigidos a escandalizar al público que interactúa en este juego de complicidad.

No es cierto que la televisión no refleje la realidad, porque hoy la realidad transcurre dentro de la televisión. El escenario de la vida actual es mediático. Vale y tiene registro lo que pasa en la televisión. Eso es lo que sirve, lo que se conoce. La escuela no tiene la fuerza ni la influencia para hacer frente al poder que tiene hoy la televisión.

Y dentro del marco de este fenómeno comunicacional, el perfil de la sociedad argentina. Los argentinos somos el resultado de un matrimonio peculiar, el producto de la cópula entre la impronta vernácula y ese ser colonizado y europeizado como el Calibán de Shakespeare. Algún irónico podría decir que Paul Watzlawick estudió a un argentino y luego escribió su libro “El arte de amargarse la vida”. No es necesario enumerar todas las características del argentino medio, esas que nos hacen tan peculiares; ya coincidieron en ese “argenticidio masoquista” varios sociólogos y escritores, caso García Hamilton, Sebrelli, Aguinis, Lanata, y hasta el menos conocido Mario Kostzer con su libro best seller, de título marketinero y bien directo: “El pelotudo argentino”. Los estrictos en el lenguaje dirán que el hombre promedio no existe, que es una categoría virtual inventada por los encuestadores. Es verdad, pero también es cierto que hay características que están generalizadas en la población y pueden considerarse mayoritarias.

Una de las características del ciudadano tipo es que sostiene posiciones efímeras, emocionales. El sociólogo francés Phillipe Saint Paix habla del hombre contemporáneo manejado por el bombardeo de los medios y lo bautiza como “mutante impredecible”. Este argentino voluble hoy vota a los candidatos con perfil democrático, mañana votará a los autoritarios. Hoy insulta al gobernante que se va, mañana pedirá que vuelva. Hoy marcha en una columna de organismos de derechos humanos, mañana escuchará sobre un crimen perverso y clamará por la pena de muerte.

Las reacciones y posturas de la masa social argentina están compuestas por un mayor porcentaje de lo emocional que de lo racional, especialmente en lo que hace a los asuntos públicos. Adhiere con facilidad a la visión conspirativa como explicación de ciertos o supuestos misterios; por eso descree de las versiones oficiales, incluidas las judiciales.

No es casualidad que la Iglesia y el periodismo aparezcan como los más confiables en las encuestas, porque ese ciudadano calma muchos de sus miedos con el pensamiento mágico y también necesita depositar esperanzas en algo parecido al caballero medieval que salva a la doncella (en este caso, el caballero son los periodistas y la doncella el pueblo que sufre).

Si bien el sistema constitucional argentino es liberal, la cultura social tiene un fuerte condimento autoritario. Hay múltiples ejemplos en todos los lugares y épocas; por ejemplo, el apoyo popular que logró la dictadura militar para la represión. En la actualidad, basta citar el liderazgo en audiencia de Radio 10, una emisora diseñada con rasgos fascistoides y represivos.

Nadie admitiría públicamente que está a favor de la tortura, pero si se desnudara el otro yo, esa postura tal vez no sería tan estricta. Decimos respetar los derechos de los detenidos, pero nos encantan las series de televisión de policías rudos, tipo Harry “el sucio”, que golpean o torturan a detenidos para obtener información. Nos horrorizamos al saber sobre una nueva violación, pero cuando recordamos o nos recuerdan que a los violadores se los viola en la prisión como tradición carcelaria, nos aparece una sonrisa o aprobamos calurosamente esa pena extrajudicial, cual modernos cultores del Código de Hammurabi. Entonces, ¿nos parecen repugnantes las violaciones o sólo algunas violaciones?

El nivel ético promedio de la sociedad argentina se ha deteriorado hasta niveles preocupantes, aunque no es usual que se lo reconozca públicamente. La misma persona que comete todo tipo de infracciones en su trabajo o actividad comercial, es la primera que señala con el dedo a los senadores o declara con ligereza que casi todos los jueces son corruptos.

Hablemos de los medios

No es una situación puramente local: en todo el mundo el antiguo concepto de considerar a la prensa como un servicio, reglado por comportamientos del tipo “el periodismo es un sacerdocio” y por hombres de prensa impulsados hasta el martirio por la búsqueda de la verdad, ha sido arrasado por una realidad reconocida sin eufemismos: los medios de prensa son un negocio, sólo un negocio. Un negocio que en forma subsidiaria presta servicios.

“La información es, ante todo, una mercancía y, en tanto que tal, está sometida a las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, y no a otras leyes como, por ejemplo, los criterios cívicos o éticos”[2].

La particularidad que presenta Argentina radica en las condiciones en que los medios desarrollan su actividad. En todos los países importantes existen normas que regulan el negocio de la prensa, limitativas de los intentos de monopolio; en casi todos hay códigos y tribunales de ética para los periodistas; y hay jueces que aplican sanciones por el ejercicio incorrecto de la profesión y del negocio, especialmente sanciones económicas.

En la Argentina, en cambio, existen limitaciones menores e imprecisas para los multimedios, no hay tribunales de ética y hay pocos jueces que se atreven a sancionar las conductas incorrectas del periodismo. En el fuero penal, las condenas son casi inexistentes; lo que no es reprochable porque deberían ser anuladas las figuras penales por el ejercicio periodístico. Pero también sucede en el fuero civil, donde las sanciones económicas son casi simbólicas.

Esta situación ha dotado a los medios de comunicación locales de un formidable poder. Gozan de una singular inmunidad, mayor en la práctica que la de legisladores y jueces. Michel Rocard, ex primer ministro de Francia, opinó que la prensa es el único poder sin contrapoder. Se podría precisar que en el ámbito local, ese poder sin contrapoder está sujeto exclusivamente a los vaivenes del mercado y una autocrítica inexistente.

El filósofo Jürgen Habermas en su libro “Teoría de la acción comunicativa”[3] denunciaba la colonización que sufre nuestro “mundo de la vida”, originada básicamente en el sistema económico y el sistema político-administrativo. Opinaba Habermas que se debía rechazar esa invasión y preservar a la vida humana de la contaminación que provocan esos sistemas. Hoy debemos sumar como otro agente colonizador de nuestro “mundo de la vida” a los medios de comunicación.

Desde hace tiempo se asiste, a escala mundial, a una progresiva transferencia del poder político al poder económico. Esto no es una novedad en la esencia, pero es una novedad en la presencia, porque en este tiempo el suprapoder económico se ejerce sin ningún pudor, al contrario que en otras épocas. Los medios se han convertido en herramientas eficaces del ejercicio del poder económico, porque ellos mismos son una parte de ese poder económico.

Quienes vivimos en la sociedad de la información nos encontramos irremediablemente sometidos a la lógica de los medios. Esa lógica se materializa en una serie de tiranías que se autoimponen e imponen los medios de comunicación en sus formas específicas de hacer y proceder. Dar nombre y conocer esas tiranías es el primer paso para conjurarlas. Dos de esas tiranías sobresalen sobre las demás: la tiranía de la velocidad y la tiranía del espectáculo.

La velocidad es la esencia del mundo moderno. “Time is money”, sentenció Benjamín Franklin, una máxima que se convirtió en el motor del capitalismo. Convertir el tiempo en dinero ha sido el primer precepto de la economía de mercado. Feliz aquel, "beatus ille"[4] decía Horacio, “feliz aquel que lejos de los negocios, como la antigua raza de los hombres, dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con los bueyes”,... pero ese ideal bucólico ya no es posible.

La velocidad fue una conquista que se inició con la máquina de vapor, que permitió superar la velocidad del caballo. Todos los artilugios de comunicación inventados desde entonces, desde  el ferrocarril hasta la industria aeroespacial, han modificado el sentido del tiempo y del espacio. También la información nos llega a velocidades inusitadas, en un verdadero vértigo que sólo tolera mensajes rápidos, superficiales, simplificados. Esa velocidad va unida a otra forma de sometimiento: la del presentismo: queremos conocer la noticia en tiempo real hasta el punto que lo que no ocurre en el mismo presente, deja de ser noticia. Lo importante es ver los hechos mientras están sucediendo, en la realidad, o en la televisión que se ha transformado en lo mismo, y olvidarse de todo cuando han dejado de ocurrir o se apaga el televisor. Ese vértigo de noticias produce en el público la patología que Uumberto Eco bautizó como “bulimia informativa”.

El mediatime es hegemónico sobre otros tiempos, lo que afecta la vida de los individuos y también al sistema de gobierno, tanto en la forma de hacer política como a la de administrar justicia. Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, escribió sobre este punto: “Mientras que (como quisieron los fundadores de la democracia) se debe aceptar que el tiempo institucional y político transcurra con la debida lentitud para permitir aplacar las pasiones e imponerse la razón, el tiempo mediático experimenta la necesidad de alcanzar el límite extremo de la velocidad: la instantaneidad” [5].

En el altar de la instantaneidad, los medios firmaron con un día de anticipación el certificado de defunción del papa Karol Wojtyla.

La segunda de las tiranías mediáticas es la tiranía del espectáculo. Teatralidad, escenificación, estos términos y otros análogos sirven para referirse a la importancia de la imagen en la comunicación más extendida que es la de los medios audiovisuales. La importancia de la imagen unida a la necesidad de entretener, característica implícita del medio audiovisual, derivan en lo inevitable: el espectáculo. Los medios audiovisuales buscan el efecto en los sentidos externos –la vista, el oído-, no en el sentido interno del pensamiento. La urgencia de competir y captar audiencias se traduce en un periodismo donde priman la emocionalidad, el impacto y la dramatización. Una teatralización que reduce el mundo cotidiano a rasgos parciales y exagerados, caricaturezcos. También el periodista es prisionero de la imagen, a la que debe hacer “hablar” como sea, lo que no es posible sin recurrir a ideas preconcebidas, clichés y estereotipos. Una noticia sin imágenes no puede ser televisada. Y si no hay imagen, hay que inventarla.

En un mundo de imágenes hay poco espacio para los conceptos, el razonamiento y el análisis crítico, y ninguno para el pensamiento abstracto. El reduccionismo y la simplificación redundan en el empobrecimiento intelectual. Nietzsche no conoció la televisión pero escribió una frase que se le ajusta: "¿Es otra cosa la prensa que un ruido ciego y permanente que distrae los oídos y los sentidos en una falsa dirección?" [6]

Ignacio Ramonet, en su libro “La golosina virtual”, tiene algunos conceptos que vale la pena reproducir. Dice Ramonet: "El reproche fundamental que puede hacerse hoy a la información es el de su dramatización, la búsqueda del sensacionalismo a cualquier precio, que puede conducir a aberraciones, mentiras y trucajes. Cada vez con mayor frecuencia, hay hombres de prensa que no dudan en manipular una noticia para dotarla de una fuerza, un aspecto espectacular o una conclusión que tal vez no tendría de otro modo, falsear un informe 'travestizando' algunos de sus elementos, o presentando como realidad una situación que procede de la imaginación del periodista, de sus suposiciones o de observaciones no contrastadas.”

La prensa escrita tampoco puede evadir la tentación de fabricar espectáculo, no sólo como un arma de competencia sino, muchas veces, de mera supervivencia. El lector tiene más tiempo que el radioyente o el telespectador, pero no siempre más paciencia, por ende hay que cautivarlo por la vía del entretenimiento. Se lo seduce desde titulares impactantes, a través de notas armadas con más datos de color que contenido, con fotos, cada vez más fotos, hasta llegar a la extravagancia de un periódico financiero que cubre páginas enteras con chismes sobre famosos. Mucho deporte, mucho policial y especialmente muchos comentarios sobre televisión, la soberana indiscutida del reino mediático.

La mediocracia

El fenómeno de la omnipresencia, influencia y poder de los medios de comunicación, por lo vertiginoso de su crecimiento, sorprendió desprevenida a la dirigencia tradicional, y todavía sus implicancias no se han manifestado totalmente.  Kevin P. Phillips en su libro "Mediacracy, American Political Parties in the Comunications Age" [7], señala que si la revolución industrial creó una nueva élite y trajo consigo la dominación de la política por las empresas, la nueva Revolución del Conocimiento esta haciendo surgir como influencia dominante a los medios de comunicación masiva. El anglicismo “mediacracia” o el castellanizado “mediocracia” son los vocablos utilizados para referirse al gobierno de los medios de comunicación masiva, que paulatinamente parece entronizarse desalojando a la democracia tradicional.

Algunos sociólogos y políticos, especialmente europeos, estiman que se está instalando en el mundo aquel gran hermano profetizado por George Orwell, el hermano global mundial, cuyos mensajes se manifiestan a través de diversos estuches o cadenas mediáticas repletas, no obstante, del mismo contenido porque todos los mensajes parten de los mismos mensajeros. La diferencia es que hoy el gran hermano no es el poder político, sino los poderes mediáticos. El mejor ejemplo es la fusión de América On Line, el mayor proveedor de acceso a Internet, y Time Warner, el primer grupo mundial de medios de comunicación, que ha supuesto la mayor fusión económica mundial. Los medios de comunicación están convirtiéndose así en el primer poder de influencia pública.

Como consecuencia, se ha producido un enroque: los medios han dejado de ser servidores y observadores de los partidos políticos, ahora los partidos están al servicio de los medios. Giampetro Mazzoleni [8] considera este hecho como una ´metamorfosis´ importante y de largo alcance, en la cual los medios toman su papel de rey omnipotente. Un ejemplo particularmente ilustrativo es el del magnate de la comunicación Silvio Berlusconi que llegó a primer ministro de Italia, cabalgando sobre una fenomenal campaña mediática.

El poder que ejercen los medios se ha extendido hasta lograr una serie de protecciones de su actividad que defienden como derechos absolutos. Por extensión, el periodista profesional se ha convertido en una especie de intocable. No es exageración cuando se dice que “una cachetada a un periodista merece un titular más grande que una bomba a un juez”. El asesinato de José Luis Cabezas fue cubierto con tanto dramatismo e intensidad, que los medios lograron instalar en la opinión pública que asesinar a un periodista es magnicidio. El caso Cabezas tuvo una cobertura de la prensa gráfica mayor que el de la AMIA, un simple dato que exime de otros análisis. La condena al presunto autor intelectual, dictada por el tribunal oral, aparece más que cuestionable por su escaso sustento. No los exime, pero cabe preguntar cuánto espacio tenían los jueces para dejar libre al hombre de Yabrán que había mandado matar al periodista Cabezas, según habían determinado los medios de comunicación desde un principio.

La influencia de los medios de comunicación en la opinión pública se ha convertido en el factor clave para el desarrollo de la democracia moderna, ya que con frecuencia se condiciona las decisiones de los poderes políticos y sirve para legitimar o deslegitimar su gestión. Chomsky y Ramonet, en su libro “Cómo nos venden la moto”, encienden el alerta, aunque tal vez ya es tarde: “Quien domine la formación de la opinión pública, dicen, tendrá el máximo poder en la sociedad” [9]

El art.22 de la Constitución Nacional determina: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes”. ¿Es así en la actualidad? No es así. El pueblo delibera, presiona y también co-gobierna a través de representantes no institucionales como son los medios. Presentado así podría parecer una positiva recreación del ágora griega o de la democracia directa de los cantones suizos, pero es ficción. Porque frente al pueblo, que se siente más importante, con mayor espacio para dar su opinión y lograr que sea respetada y hasta incorporada en la toma de decisiones, se produce la paulatina construcción del verdadero poder, la “mediocracia”, la que primero forma al pueblo y luego lo consulta.

El llamado fenómeno Blumberg no hubiera sido posible sin la participación de los medios, una parte porque vio en ese padre destrozado que blandía la foto de un lindo muchacho asesinado, un producto de fácil venta desde lo emocional, la otra parte porque la presión sobreviniente era funcional a sus intereses ideológicos y económicos.

El poder creciente de los medios, que ha llegado para reemplazar o al menos modificar el sistema democrático, esta denominada mediocracia, se estudia con interés y preocupación en los países desarrollados. Pero también en algunos latinoamericanos, como Venezuela donde se realizó un congreso internacional en el año 2002 y se promovieron foros de discusión. O en México, donde se convirtió en best seller el libro “Poderes salvajes, mediocracia sin contrapesos” de Raúl Trejo[10]. En la Argentina, fuera de algunos tenues intentos académicos, no se percibe interés en debatir un asunto tan trascendente. Es obvio que el tema resulta incómodo para los medios locales y por ahora ha sido suprimido de la agenda pública de la que tienen monopolio.

Hablemos de la Justicia

Los medios de comunicación, dirigidos por empresarios hábiles, son los más aptos y sensibles para captar los humores cambiantes de la sociedad. Los medios alimentan a su público con el producto que tendrá mejor acogida y, en lo informativo, manipulan, parcializan y hasta inventan la noticia, según el paladar de su respectivo target. Desde este lugar, los medios se enfrentan al Poder Judicial con una enorme ventaja. La prensa está y estará siempre más cerca de los gustos populares que los jueces.

Los medios y la sociedad aman las palabras grandielocuentes, los gestos dramáticos, el show. Por eso recelan de los jueces sobrios, que trabajan silenciosos en sus despachos y aman a los jueces que hacen operativos impactantes o ponen presos a las personas que despiertan animadversión pública.

El ciudadano común sólo accede a los actos del servicio de justicia a través del periodismo. No tiene otra posibilidad de acceso, excepto cuando es parte de un proceso, o cuando lo son un familiar, un amigo o un vecino y recibe una versión, limitada al mundo de referencia. Solamente el periodismo puede asumir la pretensión de dar cuenta de la realidad Justicia como un todo comprensible. Y lo hace. Y el ciudadano lo acepta. Pero,

  • ¿Qué informa el periodismo acerca de la Justicia?
  • ¿El ciudadano conoce cómo se sitúa cada periodista frente al campo jurídico o, más importante, frente al medio en el que trabaja?
  • ¿Desde qué lugar o intereses se sitúa el medio para extraer los materiales que necesita? ¿Cómo y de quién los obtiene, cómo los selecciona?
  • ¿Con qué objetivos e intencionalidad los trasmite?

Muchos jueces, probablemente la mayoría, se sienten incómodos frente a la intromisión de la prensa y no saben cómo actuar cuando dirigen un proceso que concita el interés mediático. Algunos intentan explicar de qué se trata, poniendo ellos mismos el cuerpo al abordaje de los medios, otros delegan la tarea en voceros del juzgado más o menos oficiosos, y hasta hay algunos que abren el expediente a la vista de esos personajes molestos llamados periodistas. Esto, en el mejor de los casos. En el peor, sólo hablarán por sus sentencias y durante el proceso se mantendrán inexpugnables.

Hay un parámetro razonablemente indicativo de la percepción que la sociedad tiene de la justicia. Son las encuestas de imagen que en forma periódica realiza la encuestadora Gallup. Durante los últimos veinte años de gobiernos democráticos, el Poder Judicial fue perdiendo imagen pública de una manera sostenida, en un rango mayor que cualquier otra institución. En el año 1984, gozaba de un  57% de confianza, en 1995, de un 26%, en el año 2000, de un 18%, y en la última medición apenas llegaba a un 9%. En el mismo periodo, la prensa mantuvo un nivel de credibilidad de entre el 42 y 50%.

Es frecuente que los hombres de la Justicia protesten contra el resultado de estas mediciones argumentando que son injustas. Y tienen razón. La gran pregunta es si en un mundo donde son tan poderosos los medios y la opinión pública, debe actuarse sobre la realidad o sobre la percepción de la realidad que tenga la sociedad.

Uno de los bocados más apetecidos por los medios de comunicación son las noticias criminales porque cubren una perfecta ecuación: son baratas de obtener y provocan histórico interés del público. Por esa razón, las noticias judiciales provenientes del ámbito penal son largamente más difundidas por la prensa que las del resto de los fueros. La presencia de los medios en las cuestiones penales ha excedido la mera cobertura informativa, hasta el punto de convertirse en una influencia perceptible en la atención y celeridad imprimida por los funcionarios judiciales a las causas de interés periodístico y, en muchos casos, hasta en las propias resoluciones. Más aún, los medios han fogoneado con éxito modificaciones procesales, así como de figuras y escalas penales.

Dentro de la política criminal de una sociedad, los medios de comunicación también cumplen un papel. Porque la política criminal se desarrolla mediante los denominados "controles formales" -como son la policía, los tribunales y el servicio penitenciario-, pero también se canaliza a través de los llamados "sistemas informales de control". La familia, la escuela y los medios de comunicación son algunos de estos "medios informales de control social".[11]

Esta condición de la prensa como medio de control social puede ser utilizada por ciertos sectores de poder para fabricar "impresiones" dentro de la sociedad. A esta clase de maniobras se la denomina “olas de criminalidad de los medios de comunicación”, "campañas de sensación de inseguridad" o "campañas de ley y orden", muy estudiadas por la criminología.

La influencia de los medios en la conducta social se revela en las encuestas. Un estudio de los sociólogos Gerbner, Gross y Heath revela que “a diferencia de quien dedica poco tiempo a la televisión, quien la ve con frecuencia percibe el mundo como más peligroso de lo que realmente es" [12]

Producir noticias criminales para satisfacer la demanda del mercado es un antiguo recurso, conocido por los directivos de todos los medios y utilizado por muchos. Sigue siendo efectiva la fórmula S + C + D = V (sexo, crimen y deportes igual a ventas). La problemática se presenta cuando, en procura de las ganancias periodísticas, se provocan modificaciones en la percepción social.

El cuestionamiento fundamental que se formula a los medios de comunicación en cuanto a la criminalidad, radica en que no trasmiten la realidad sino una construcción de la realidad donde el delito y el delincuente son estereotipos. El delito es algo más que hurtos, atracos, homicidios y violaciones. No obstante, la palabra parecería remitir solamente a estos delitos, como estereotipos, y no a otros, como los grandes fraudes bancarios, la corrupción y la violencia institucional [13].

Los medios de comunicación colaboran activamente en reforzar el sentimiento de que ciertos delitos son delito y otros no lo son tanto. Si las noticias sobre delitos comunes aparecen en la sección de policiales, ¿por qué los delitos financieros son comentados en la sección económica y los hechos de corrupción en la sección política? Este criterio de ubicación en las páginas de los diarios fortalece una clasificación similar en el inconsciente colectivo.

El estereotipo de delincuente como perteneciente a una sola clase social, como se trasmite desde los medios, produce una ampliación del sentimiento de inseguridad, porque se teme a toda una clase social. Cuando Jesús Manuel Martínez escribe que "la sección de policiales es la página de sociales de la clase baja"[14], está describiendo otro efecto del estereotipo, porque un miembro de ese estrato social sólo es noticia con motivo de crímenes, catástrofes o sucesos pintorescos. A partir de este prejuicio cultural, y con cierta dosis de humor, no debe sorprender que un agente policial esté programado para considerar que "negro que corre es un ladrón, rubio que corre es un atleta".

Si los medios de comunicación dicen que en el sistema judicial hay mucha corrupción, el público lo creerá aunque no exista o sea leve, si dicen que hay inseguridad, el público sentirá que hay inseguridad, no importan las estadísticas. La percepción de la realidad tiene efectos sociales más importantes que la realidad fáctica, y los hombres del Derecho, especialmente los que pertenecen al Poder Judicial, deben admitir esa situación, habituarse a la cohabitación con los medios de comunicación y adaptar el sistema a esta circunstancia.

En estas complejas relaciones entre periodismo y justicia puede observarse un conflicto central, con dos añejos ejes constitutivos:

a) el periodista pretende que toda información sea inmediatamente accesible en cualquier momento del proceso.

b) el magistrado pretende que ninguna información sea accesible hasta el momento de la sentencia.

El periodista está obligado, bajo riesgo de perder su propio trabajo, a llevar a su redacción cuanto menos una información concreta de carácter noticiable. Y si no la obtiene por boca del magistrado o por su propia visión del expediente, tratará de obtenerla de otras fuentes: la policía, los abogados de las partes, o familiares, vecinos y/o amigos de quienes están involucrados en el proceso. En suma, cuando la fuente oficial no aparece, aparecen las otras, y no hay fuente desinteresada.

El interés periodístico sobre una determinada causa no solamente introduce muchas veces una influencia improcedente en el proceso sino que provoca, en casi todos los casos, la sobreactuación de los jueces y fiscales.

Se habla de la dependencia de los jueces del poder político. Pero hay un fenómeno creciente que todavía no se analiza lo suficiente: es la dependencia de los jueces de los medios de comunicación.

Recordemos algunos de los casos penales del último tiempo con trascendencia pública, dejando expresa constancia de que la determinación de la autoria de los presuntos delitos cometidos queda reservada a los jueces. Solamente analicemos la actuación de los medios de comunicación, y la entente entre la prensa y el público, esa “alianza impía” como la han bautizado algunos sociólogos.

El caso Cromagnon, como primero, ofrece un condimento mediático excepcional: 200 muertos, casi todos jóvenes. Pero a ese atractivo básico, los medios sumaron en forma acrítica el reclamo de los parientes, azuzados por abogados ávidos, pidiendo la cabeza del jefe de Gobierno de Buenos Aires, no importando que su responsabilidad aparezca como distante y forzada.

El asesinato de María Marta García Belsunce, es otro caso interesante, digno de novela con versión posterior cinematográfica. Una familia de las llamadas tilingas más un  cadáver en un country; no se necesitaba más para recrear la serie “Dinastía” en versión vernácula. Todos los indicios, pruebas, hipótesis, pistas, conjeturas y hasta chismes fueron trasmitidos al público sin alertarlo sobre la distinta evaluación que cada uno debía merecer, lo que provocó que probablemente consumiera todos como información de la misma clase. Sin aventurar opinión sobre su participación en el delito o su inocencia, el marido de la asesinada fue detenido como ofrenda a la presión mediática, sin el sustento mínimo que se hubiera requerido en un caso similar pero sin repercusión. El fiscal sobreactuó, cuanto menos, con material y declaraciones más destinadas al juicio mediático que al judicial.

Y un tercer caso, tal vez paradigmático por excelencia en cuanto a la influencia de los medios de comunicación en las decisiones judiciales: el del cura Grassi. La causa por abuso deshonesto ya dormía una larga siesta de dos años cuando Telenoche Investiga reflotó el tema y lo condimentó con imágenes. Todos los medios del poderoso grupo Clarín reprodujeron, comentaron y atizaron la noticia. En la otra esquina del ring mediático, aparecieron Canal 9 y Radio 10 defendiendo sin medianías al sacerdote. Como se sabe, Grassi fue detenido, permaneció en esa condición por un tiempo, y luego se le otorgo la excarcelación. La opinión unánime de los penalistas que conocen la causa es unánime y preocupante: “Si Canal 13 no lo hubiera acusado, afirman, Grassi no hubiera sido detenido. Y si Canal 9 no lo hubiera defendido, no estaría libre”. 

Las personas comunes consideran más efectiva la justicia de la prensa que la justicia institucional, porque sienten que los medios las representan mejor. Los directivos de los medios, como buenos empresarios, miden primero lo que el mercado quiere escuchar y luego se lo dicen. 

Para los delitos, los periodistas manejan la "tarifa penal social" (donde rigen penas de cárcel muy altas y hasta la condena a muerte) y no la "tarifa penal legal" que deben respetar los jueces. El periodismo, por ejemplo, ha incorporado a la cultura popular el concepto de que la excarcelación existe para beneficiar a los delincuentes.

El periodismo argentino no parece interesado en plantear públicamente el conflicto entre Justicia y prensa, probablemente porque a los medios les conviene el actual statu quo, aunque han aparecido algunas escasos intentos de promover el debate. Por caso, una nota de Joaquín Morales Solá, en La Nación[15], con un título directo: “Jueces versus periodistas: un combate inutil”. Algunas de las frases de Morales Solá son expresivas: “Los jueces y los periodistas parecen ser, cada vez más, actores públicos condenados a vivir en conflicto permanente. La diferencia de ´tiempos´ entre Justicia y Prensa no sería significativa si no incluyera, como víctimas principales, a terceros afectados. Esto es: a las personas sospechadas por la Justicia que son exhibidas en el teatro mediático como culpables de cabo a rabo. ¿Cómo no sentir que hay algo de razón en la reclamación que esas personas hacen al sentirse condenadas por una instancia que no es la Justicia? ¿Cómo, cuando no se siguieron los procedimientos necesarios del juicio justo y, muchas veces, ni siquiera han contado con el derecho a la defensa?”

La sobreactuación agranda, al mismo tiempo, el peligro de la corrupción. Cuanto más poderosos parecen los periodistas, habrá más interesados en sobornarlos para eludir, por lo menos, la "justicia mediática". Y esto no es un cartel de alerta sobre algo que podría ocurrir, ya que hay antecedentes que prueban que ha ocurrido y probablemente sigue ocurriendo.

Hay otro ingrediente importante en el análisis de esta relación e interacción entre sociedad, justicia y medios, que explica porqué los jueces, especialmente los penales no pueden ganar popularidad con sus decisiones, mientras la prensa concita adhesiones y simpatía de la gente. Tiene que ver con la pregunta básica de si nuestro esquema constitucional, liberal, garantista y progresista, copiado en gran medida del sistema sajón, representa la identidad del pueblo argentino. La respuesta es que no, en una gran medida. Quienes redactaron nuestra Constitución y nuestros códigos impusieron una doctrina liberal a una sociedad con un fuerte condimento autoritario, y hasta fascista.

¿Cómo se enfrenta en otras naciones la invasión de los medios en los asuntos judiciales, especialmente su fuerte influencia en los procesos?

En los países avanzados existen distintos criterios, aunque en todos se ha debatido esta problemática y se han establecido distintos mecanismos para limitarla. Hay que mencionar que también hay situaciones distintas, porque en las sociedades de origen latino la influencia de la prensa es algo más marcada que en las de origen nórdico, germano y sajón.

Como muestra del interés por esta cuestión, el Ministerio de Justicia de Holanda auspició una investigación en el año 2002 sobre la presencia e influencia de la prensa en las decisiones judiciales, en cinco países sudamericanos. Vale agregar como dato que Argentina, uno de los cinco países seleccionados para el estudio,  se reveló como el de mayor consumo de noticias policiales penales y donde se percibía mayor influencia de los medios en los fallos de los jueces [16].

En los EEUU hay focos permanentes dirigidos hacia la problemática periodismo y Justicia, desde el famoso caso “Sheppard versus Maxwell", de 1966. Los tribunales superiores se han encargado, en distintas sentencias, de instruir a los jueces ordinarios en formas alternativas de impedir la influencia perniciosa de la información periodística en el resultado de los procesos. Algunas de estas sugerencias han sido:

  • Cambiar de tribunal o jurisdicción
  • Postergar el juicio hasta que se calme la publicidad adversa
  • Permitir un examen previo sobre los jurados para impedir prejuicios
  • Instruir con claridad a los jurados sobre su obligación de excluir cualquier evidencia no obtenida en el curso del proceso
  • Aislar al jurado

En síntesis, en los Estados Unidos no se prohíbe publicar sino que se procura que la influencia de la prensa sea mínima y que no reciba facilidades que puedan afectar los derechos de los involucrados y el resultado de los procesos. En nuestro país nada se ha implementado para proteger el principio de inocencia y el derecho de defensa en juicio, afectados por los juicios mediáticos. Cualquier sugerencia en esa dirección, incluso de autocontrol, sería abortada desde su inicio con la acusación de “ataque a la libertad de prensa”.

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En estos últimos años, se han producido en la Argentina algunos hechos que han mejorado el perfil público del Poder Judicial Nacional. Entre otros importantes, la asunción de jueces surgidos de concursos, la remoción de ministros cuestionados de la Corte Suprema y el nombramiento en su reemplazo de juristas con relevantes antecedentes personales y técnicos. Pero no es suficiente. La percepción de la sociedad respecto al sistema de justicia sigue siendo negativa. La lentitud de los procesos es una característica exasperante que sobrevive a los cambios que se implementan, de sistemas y de hombres. Y también, la sensación de que no se investiga, de que las causas por grandes delitos desembocan en la impunidad o en penas irrisorias. La acusación de formalizar la impunidad que recae sobre los jueces puede no ser cierta en los hechos, pero eso no importa si la sociedad la cree. Y en cuanto a las penas, no se vislumbra salida inmediata. Será un esfuerzo con poco rédito tratar de convencer que no es adecuado imponer 10 años a un primerizo que arrebató una cartera, a la ciudadanía argentina que se ha mantenido mayoritariamente a favor de la pena de muerte en forma continua desde hace 20 años, como lo demuestran las encuestas [17], a pesar de que está prohibida en la Constitución Nacional.

Las mejoras producidas en el ámbito de la justicia nacional, se han visto oscurecidas en los últimos tiempos por las noticias sobre manipulación, interferencia del poder político y hasta corrupción en distintas justicias provinciales. Por supuesto no se trata de hechos nuevos, tal vez lo contrario, pero lo novedoso es que el público se comienza a informar sobre cuestionamientos a la actividad judicial en provincias como San Luis, Neuquén, Santiago del Estero, Mendoza, Tierra del Fuego, Santa Cruz, Tucumán y Chubut.  Al difundir la prensa nacional esta situación, se empaña la imagen de la justicia como institución en general, ya que el ciudadano común no cuenta con elementos que le permitan distinguir ámbitos y funciones.

Con este escenario, el intento de reconciliar a la Justicia institucional con la sociedad y recuperar un nivel razonable de prestigio, se presenta como una meta más que dificultosa. Sobran los elementos negativos: una sociedad descreida, o peor, crédula. Medios de comunicación gozando su Edad de Oro, de esta incipiente mediocracia, con escasa o ninguna disposición para elaborar proyectos de acción común con la Justicia.

Pero si todo está en contra, dicen los optimistas, cualquier avance será valioso. Lo primero a conseguir es que la gente del Derecho, especialmente los miembros del Poder Judicial, analice el cuadro de situación y se apreste a adaptarse a los cambios irreversibles. Los medios de comunicación ya figuran como actores en la obra denominada “sistema de justicia”, no hay posibilidad de expulsarlos; entonces habrá que conocerlos, intentar entenderlos, negociar, seducirlos, ofrecerles algo a cambio de.

En cuanto a la sociedad, la única propuesta que cabe tiene un nombre: educación, toda la educación posible. Buscar maneras de llegar a las personas comunes con información elemental y atractiva sobre la Justicia institucional. Solicitar, exigir que se destinen fondos para entrenar a los chicos y jóvenes en el pensamiento crítico. Sócrates murió hace siglos, pero la mayéutica analítica sigue siendo el mejor sistema de enseñanza. Pergeñar encuentros y actividades creativas con estudiantes, desde la primaria a la universidad, que signifiquen acercarlos a la realidad judicial. La misión será munirlos de la suficiente aptitud para cuestionar el mensaje mediático.

Este es el escenario donde los tres actores, sociedad, medios y justicia, se relacionan e interaccionan. Tal vez parezca expuesto con rudeza casi dramática, pero no es desmesura sino son datos los que reflejan medios de comunicación cada vez con mayor poder e influencia, una sociedad que prefiere la justicia mediática a la justicia de la Constitución, y una Justicia institucional sin credibilidad ni reacción frente a este fenómeno.

Asociación de Mujeres Jueces de Argentina
XII Encuentro Nacional “Independencia Judicial”
Vaquerías, Córdoba, 26 agosto 2005


[1] Taurus, Madrid, 1998

[2] Ignacio Ramonet, “El periodismo del nuevo siglo”, La Factoría, Nº 8, febrero 1999

[3] Suhrkamp, Frankfurt, 1981

[4] Epodos, 2,1

[5] Ignacio Ramonet, La golosina virtual, Debate, Madrid, 2000, pág 33

[6] Friedrich Nietzsche, Consideraciones intempestivas, Obras completas, Aguilar, Buenos Aires, 1966

[7] Doubleday, New York, 1975

[8] Gianpietro Mazzoleni y Winfired Schulz, “Mediatization of Politics: A Challenge for Democracy?”, en Political Communication, vol. 16, 1999.

[9] Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, “Cómo nos venden la moto”, Icaria, Barcelona, 1995

[10] Ediciones Cal y Arena, México DF, 2005

[11] Binder, Alberto, Justicia Penal y Estado de Derecho, Buenos Aires, Ad-Hoc, 1993.

[12] George Gerbner, Larry Gross y Linda Heath, citados por Schneider, Hans Joachim (La criminalidad en los medios de comunicación de masas, Revista de Doctrina Penal, año 12, Nº 45, Buenos Aires, Depalma, enero-marzo 1989).

[13] Lolita Aniyar de Castro, "Publicidad del delito e inseguridad ciudadana", Capítulo Criminológico 14, Maracaibo, Facultad de Derecho, Universidad de Zulia, 1986.

[14] Citado por L.Aniyar de Castro, ibídem.

[15] La Nación, 24 junio 2000

[16] “La influencia de los medios de comunicación en las decisiones de los jueces en cinco países de Sudamérica”, Departamento de Asuntos Internacionales ( Stafbureau Internationale Zaken) del Ministerio de Justicia de Holanda (Ministerie van Justitie), 2001/2002

[17] Gallup, encuestas periódicas - Ipsos Mora y Araujo,2004

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