Opiniones

28/10/2002

Fuente: La Nación

Los medios bajo la lupa

Mariano Grondona y Pedro Simoncini dan su punto de vista

"¿Ángel o demonio?", se pregunta una revista de actualidad en el quiosco de revistas. Con la foto del padre Julio César Grassi en su tapa, no es la excepción sino la regla. Desde que el miércoles último el ciclo de Canal 13 "Telenoche investiga, el programa" emitió un informe que involucraba al cura en un caso de corrupción de menores, es difícil encontrar algún canal de TV, revista o diario que no dé cuenta de las novedades del caso. El escándalo da rating y en este caso, al estar involucrada una persona de amplia exposición mediática, las cosas parecen estar fuera de control. Los programas de chimentos dejaron, por ahora, de discutir la última declaración "fuerte" de los participantes de "Gran Hermano", los noticieros no pueden decidir dónde poner más guardias: si frente a la casa de la familia de Pablo Echarri o en los alrededores de la Fundación Felices los Niños, creada por Grassi.

Mariano Grondona y Pedro Simoncini dan su punto de vista sobre cómo los medios se ocuparon -y seguramente se seguirán ocupando - de este caso.

"Fuera de límites"
por Mariano Grondona

Definir es declarar los límites más allá de los cuales un objeto deja de ser lo que es. El hombre es un animal definidor porque siempre anda poniendo cercas y trazando límites. En la ciencia, en el deporte, en la ética. La función de la ética es trazar límites más allá de los cuales una conducta se vuelve disvaliosa.

El escándalo que ha rodeado la denuncia de "Telenoche investiga" contra el padre Grassi nos puede servir para aprender algo más acerca de los límites éticos que nos rodean.

Tres transgresiones

El caso Grassi puso en evidencia tres límites que está moralmente prohibido transgredir. El primero de ellos resalta dramáticamente: ningún educador, sea eclesiástico o civil, puede tratar a sus educandos como objetos y no como fines en sí mismos, es decir como "personas", manipulándolos en dirección de sus propios fines, sean cuales fueran, desde la propaganda ideológica hasta el placer sexual.

No nos corresponde determinar si el padre Grassi ha transgredido este primer límite. Esa tarea superior le corresponde a Dios, a su conciencia y, en el plano terrenal, a la Justicia.

Pero el juez a cargo de la investigación de lo que ocurría en la Fundación Felices los Niños, lejos de investigar silenciosa e imparcialmente si el padre Grassi cruzó el primer límite, al ventilar por televisión su opinión sobre lo que estaba investigando transgredió el segundo límite: que los jueces sólo hablan por sus sentencias. El doctor Meade se transformó en un ejemplo vivo de la irrupción de los llamados "jueces mediáticos", que no han comprendido que no se puede ser juez y mediático al mismo tiempo.

Una tercera norma ética nos dice que si un programa de televisión investiga, debe incluir en su presentación tanto los argumentos de la acusación como los de la defensa. Privilegiando claramente los argumentos acusatorios contra el padre Grassi, "Telenoche investiga", pese a la convicción íntima de su equipo, transgredió este límite moral.

Dañar a sabiendas

Supongamos que la investigación televisiva del caso Grassi hubiera sido, al contrario, imparcial. Aun así, ¿era moralmente lícito exponerlo ante millones de espectadores sin esperar el pronunciamiento de la Justicia? ¿Se midió el daño que sufrirían no sólo el sacerdote acusado, sino también los seis mil doscientos chicos a su cargo?

Cuando se practica periodismo en medios gráficos, en la radio o en el cable, se puede calcular con cierta aproximación el perfil de la audiencia. La televisión abierta, al contrario, llega indiscriminadamente a toda clase personas. Ante la imposibilidad de determinar siquiera aproximadamente el perfil de su audiencia, es doloroso reconocer que la televisión abierta "siempre" hace algún daño a espectadores particularmente vulnerables.

Diríamos que es inevitable, a menos que renunciemos a la televisión abierta. Pero en este caso las víctimas no eran incalculables. Antes de que supiéramos si era culpable, el nombre del padre Grassi recibió un daño irreparable. Miles de chicos absolutamente inocentes han sido psicológicamente perturbados. Cuando daños como éstos son perfectamente previsibles, ¿es moralmente lícito inferirlos?

Habiéndonos desviado del principio según el cual toda persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario, quizás este doloroso episodio nos advierta a todos los argentinos, y especialmente a quienes tenemos la gravísima responsabilidad de hacer televisión abierta, que hemos venido cayendo desde hace un tiempo en la demoníaca vigencia de un antiprincipio: que toda persona es culpable hasta que pruebe su inocencia.


"¡Todo mal!"
por Pedro Simoncini

En los últimos tiempos múltiples sectores de la sociedad argentina están promoviendo el análisis de la responsabilidad social de los medios de comunicación en épocas de crisis.

Entre ellos, la televisión es objeto de justificadas críticas por los contenidos de sus programas, incluyendo los periodísticos y la manera de encarar los temas en formas que sólo persiguen propósitos de atraer audiencias de cualquier modo, lo cual exige incluir como ingrediente fuertes dosis de sensacionalismo.

No atribuimos este propósito a los profesionales que participaron en la investigación que dio lugar al programa "Telenoche investiga" sobre la comisión de supuestos delitos por el padre Grassi. Sin embargo, estimamos que un medio tan importante debió haber actuado con más prudencia y cuidado en el planteo de un tema muy delicado, ya que los productores del programa sabían - o tenían la obligación de prever - que éste habría de crear una gran conmoción y daños potenciales de carácter moral y personal a personas y organizaciones. Colocamos en primer término la situación de los más de 6000 chicos atendidos por la Fundación Felices los Niños, cuyo ámbito de contención ha sido puesto en peligro y reclama urgentes y prácticas soluciones.

El trabajo de "Telenoche investiga" no tuvo, además, aportes de pruebas contundentes para sostener la grave imputación, dejando amplio campo para la duda y la desorientación, que fueron los sentimientos que mayoritariamente experimentó la numerosa audiencia que vio el programa. De allí que el hombre de la calle se pregunte por la posibilidad de que hayan existido otras motivaciones, que la imaginación colectiva hace variar desde propósitos de venganza personal por problemas comerciales que afectaron la Fundación hasta la acción de mafias a las que también ésta habría perjudicado al contener a niños restando material humano al submundo de la delincuencia.

Pareció quedar en claro que en el futuro - como no puede ser de otra manera - el tema quedará en manos de la Justicia, institución que tampoco sale bien parada en el programa por causa de desafortunadas declaraciones del magistrado interviniente en la causa y sus interpretaciones de los hechos, expuestas en pantalla. Por encima de las dudas y contradicciones que el sentimiento popular experimenta sobre el tema se piensa que si el padre Grassi, debidamente juzgado, es hallado culpable, deberá ser sometido al rigor de la ley, por decisión exclusiva y excluyente de la Justicia y no de ningún medio de comunicación.

El programa transmitido está causando consecuencias aún mas graves puesto que en los días posteriores a la emisión de "Telenoche investiga" la televisión ha estado brindando un nuevo y triste espectáculo, ratificando las señales de su actual decadencia profesional. Nos referimos a la guerra que se ha desatado en las pantallas entre periodistas de distintos canales. A semejanza de una disputa Boca-River se ha encontrado el símil Culpable-Inocente. Se presentan los aspectos más negativos del problema sin aportar elementos esclarecedores para orientar al televidente en la formación de su propio juicio. Se explotan morbosamente las peores frases del programa original, sin ningún tipo de consideración por los menores.

La imagen de ciertos canales explotando un tema como éste, con único propósito de escándalo, para cubrir horas de espacios a bajo costo y lograr captar audiencias, hace recordar las previas y macabras experiencias televisivas de explotación de las muertes de Rodrigo y Walter Olmos, con análogos objetivos.

Una expresión coloquial de la gente joven es aplicable a estas lamentables circunstancias: "Todo mal..." Triste síntesis que refleja la profundidad de nuestra crisis como sociedad y la magnitud del esfuerzo que entre todos deberemos realizar para superarla.

El autor de esta columna es presidente de Programas Santa Clara SA y miembro de la Academia Nacional de Educación

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E N C U E S T A
Padre Grassi:
¿Inocente o culpable?




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