Opiniones

12/6/2007

Fuente: La Nación

Que el folletín no derrote a la Justicia

Por Bartolomé de Vedia
De la Redacción de LA NACION

La sociedad asiste en estos días, con asombro y desconcierto, a una explosión informativa que amenaza con cambiar radicalmente las reglas que siempre se han considerado razonables y prudentes en relación con el desenvolvimiento de los procesos judiciales de carácter penal.

Las diligencias que la Justicia está impulsando para dilucidar ciertos hechos criminales que conmovieron en los últimos tiempos a la opinión pública -entre ellos, el muy notorio que se registró en Río Cuarto- da origen a un torrente de informaciones tan desaprensivo como escandaloso, que en más de un caso conduce a una intromisión reprobable y morbosa en la intimidad de las personas.

La tendencia a acumular detalles sensacionalistas no parece detenerse ante nada, ni siquiera ante la posibilidad -absolutamente patética- de que el desborde informativo desemboque en una verdadera "demonización" de la propia víctima.

El esfuerzo informativo, aunque parezca absurdo, parece dirigido más a dañar la imagen de las víctimas que a identificar a los autores de los asesinatos. En la percepción del imaginario social, los hechos que se difunden tienden más a satisfacer el afán de diversión de vastos sectores que consumen la información mediática que a contribuir al real esclarecimiento de homicidios que desvelan a la comunidad.

Esto es grave, sin duda, pues muestra hasta qué punto los medios de comunicación masiva, en muchos casos, amenazan hoy con desnaturalizar y hasta pervertir el normal desarrollo de los procesos penales.

En su ya famoso libro La traición a la Ilustración, el ensayista francés Jean-Claude Guillebaud advirtió hace ya varios años sobre los duros obstáculos con que tropieza en todo el mundo la función judicial por la influencia distorsionadora y cada vez más determinante del factor mediático. Afirma Guillebaud que la sana publicidad de los procesos tribunalicios está siendo reemplazada por "una inquisición emocional y colectiva a libro abierto que corrompe el conjunto del procedimiento".

La presión de los medios -asegura el ensayista- arroja en estos tiempos sobre la función judicial un peso de emotividad incontrolable, que hace que los procesos desemboquen, con frecuencia, en un elemental y hasta frívolo maniqueísmo. A eso hay que agregar el mercantilismo, el estratégico suspense teatral y la puesta en escena mediática del folletín acusatorio.

La sociedad debería reflexionar sobre estos temas. La responsabilidad recae únicamente sobre quienes conducen profesionalmente los órganos de comunicación masiva. Les corresponde también una cuota de responsabilidad a los sectores que consumen dócilmente y sin espíritu crítico esa información. Y también, seguramente, en alguna medida, a los funcionarios judiciales que la producen y la transmiten.

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