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5/5/2007

Fuente: AICA Documentos - Monseñor Héctor Aguer

Molesta que la Iglesia se ocupe de las realidades sociales

Chicos en el comedor de la Obra
Chicos en el comedor de la Obra
Una clave para entender la Causa Padre Grassi:
Algunos funcionarios molestos por la importante Obra realizada por el sacerdote Julio César Grassi, al inicio de la burda investigación de Telenoche Investiga y la posterior Causa Mediática iniciada contra él, no hicieron nada al ver semejante barbaridad y posteriormente nada hicieron para favorecer el sostenimiento de la Fundación debilitada por tanta mala prensa autodefensiva del Grupo Clarín y sus aliados. Parecía una oportunidad de "ver caer" un emblema de la "ayuda social de la Iglesia" sin importarle nada de los chicos. Se pone así la ideología o intereses particulares por encima de la persona humana.

Esta reflexión del Arzobispo de La Plata ayuda a entender el problema de fondo.



EUCARISTÍA Y COMPROMISO SOCIAL

Reflexión de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
en el programa “Claves para un mundo mejor”
(5 de mayo de 2007)

Mis amigos hoy quisiera comentarles un pasaje de la exhortación apostólica “El Sacramento de la Caridad” que publicó, recientemente, el papa Benedicto XVI. Es un párrafo sumamente sugestivo y me parece de máxima actualidad para nosotros, argentinos.

Hay gente a la cual le extraña, o le incomoda, que la Iglesia, especialmente por la voz de sus pastores, se ocupe de las realidades sociales, haga un juicio de lo que sucede en la sociedad contemporánea, siempre desde una perspectiva moral y pastoral. Tal vez esto ocurre porque todavía tiene una cierta vigencia aquel viejo prejuicio liberal, laicista, de que la Iglesia tiene que ocuparse de lo espiritual, entendiendo esto de una manera reductiva, debe encerrarse en la sacristía o dedicarse solamente a las “cosas religiosas” –lo remarco esto entre comillas-. Es decir la Iglesia en la sacristía y no en el mundo, en la ciudad, la cultura, la vida concreta de los hombres.

Pero resulta que esa actitud no corresponde a la gran tradición católica y no está de acuerdo con nuestra doctrina social. En este documento, “El Sacramento de la Caridad”, el Papa habla sobre la Eucaristía y muestra cómo lo que nosotros creemos acerca de este sacramento, que es la síntesis de nuestra fe, de esa fe que celebramos en la liturgia, en el culto, en la misa, en los sacramentos –sobre todo al celebrar el sacramento del sacrificio y la presencia del Señor, que eso es la Eucaristía– ese misterio de la fe lo vivimos en la vida. Hay un dinamismo eucarístico de la vida cristiana.

Eso no es algo añadido, sino que brota de la naturaleza misma de lo que es la Eucaristía, que nos hace presente la entrega de Jesucristo. El Señor que entrega libremente su vida por nosotros para darnos la vida, la vida divina, la vida en plenitud y para que nuestra existencia en esta tierra, apuntando al cielo, sea cada vez más digna de los hijos de Dios, cada vez más digna del hombre –imagen y semejanza de Dios–.

El Santo Padre en el Nº 89 de esta Exhortación dice que la “unión con Cristo que se realiza en el sacramento nos capacita también para nuevos tipos de relaciones sociales porque la mística del sacramento tiene un carácter social”.

Esto significa que nosotros no podemos conformarnos simplemente con profesar la fe sino que también la celebramos en el culto y ahí tomamos fuerza para expresarla en nuestra vida. Hay un dinamismo eucarístico de transformación de la existencia humana y también de la comunidad humana. Por eso no tiene que llamarnos la atención que la Iglesia esté en primera fila en el compromiso por la justicia y la paz en el mundo.

Este compromiso tiene por finalidad que el hombre pueda llevar cada día una vida más digna, de acuerdo al proyecto de Dios sobre él, y debe realizarse limpiamente, sin confusión alguna.

Por eso el Papa, en este mismo pasaje, enseña “que la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política para realizar la sociedad más justa posible”. Por eso no hay que tener miedo de que los pastores de la Iglesia cometan un acto de intromisión o que vayan a desplazar a las legítimas instancias que actúan en la vida social y política.

Sin embargo, sigue diciendo el Santo Padre, que tampoco puede la Iglesia quedarse al margen de la lucha por la justicia sino que debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales sin las cuales la justicia, que siempre exige renuncias, no puede afirmarse ni prosperar.

Podemos decir que de la fe en la Revelación Divina, en el mensaje de Jesús, y de la gracia del Sacramento de la Eucaristía, la Iglesia saca fuerza para cumplir esta misión que forma parte de su obra evangelizadora. Predicando el evangelio y comunicando la gracia de Dios por medio de los sacramentos, la Iglesia contribuye a transformar la sociedad humana y hace obra de civilización.

Digamos, además, que si puede darse una acción directa de la Iglesia en el orden temporal, en la promoción de la justicia y del bien común, esta tarea está a cargo de los laicos. Es una misión específicamente suya. A ellos les corresponde, en la diversas actividades del mundo, en la empresa, en la familia, en los sindicatos, en las variadas obras de cultura e incluso en el campo político, en las instituciones políticas de la nación, les corresponde –digo– expresar aquel proyecto de Dios respecto del hombre que está claramente articulado en nuestra doctrina social y que integra la visión cristiana del mundo.

Piensen ustedes qué distinto sería el destino de nuestra patria y la suerte de sus habitantes si aquellas personas que tienen asumidos compromisos relevantes en la vida pública vivieran de ese impulso que brota de la Eucaristía. En un país como la Argentina, donde tan poca gente, tan pocos de los que se consideran católicos van a misa el domingo, eso sería una verdadera revolución.

Qué distinto sería todo, en efecto, si aquel dinamismo de amor y de entrega que Cristo actualiza en la Eucaristía, y que se traspasa a nosotros por la comunión con su Cuerpo y Sangre, se hiciera fuente de una verdadera amistad social y principio de una transformación de esta comunidad en la que vivimos.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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E N C U E S T A
Padre Grassi:
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