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23/8/1998

Fuente: La Nación

Entrelíneas
La caridad mediática

Por Adriana Schettini

La alianza entre la televisión y las causas humanitarias está bajo sospecha. Las investigaciones judiciales respecto de los sorteos de "Susana Giménez", el ciclo que emite Telefé, desató un mar de suspicacias. Hay usuarios telefónicos a los que les han facturado llamadas al programa que nunca realizaron. Una presunción de evasión impositiva y defraudación pende sobre la empresa organizadora de los concursos, Hard Communication, presidida por Jorge Born e integrada por el ex dirigente montonero Rodolfo Galimberti y el novio de la popular conductora, Jorge Rodríguez. El padre Julio Grassi, titular de la Fundación Felices los Niños -la entidad benéfica que debía recibir un porcentaje de lo recaudado por las llamadas y que en apariencia percibió menos de lo esperado-, fue en la semana última una figura codiciada por la prensa. Los ganadores de los millones que rifa Susana son investigados por la Dirección de Inteligencia Fiscal. Para contribuir a la complejidad del asunto, la puja entre CEI Citicorp Holding y el Grupo Clarín repta en la entretela del conflicto.

Susana, entretanto, elige abroquelarse en la trabajada imagen de rubia despistada, ingenua de primera agua y mujer mil veces engañada. Ella asegura que nada tiene que ver con el asunto que involucra a Hard Communication. Y si alguien se atreve a recordar que Jorge Rodríguez es su publicitado novio en la actualidad, será porque es incapaz de comprender que, romántica empedernida, ella ha de ser de las que de puro enamoradas, miran el corazón y no los contratos del hombre que las desvela. Mariano Grondona le preguntó a la audiencia si le creía a Susana Giménez. El resultado de la votación telefónica fue lapidario: sobre un total de 77.808 llamados, el 80 por ciento contestó que no le creía. El porcentaje le hizo a pensar a Grondona que los argentinos atraviesan por una preocupante crisis de fe. "Si Susana puede tener esta votación, ¿quién puede tener una votación favorable?", preguntó.

A lo mejor, las seguidoras de la Madre Teresa de Calcuta, cuyas palabras citó una televidente de "Hora clave" en diálogo telefónico: "Hay que dar hasta que duela". A lo mejor, el padre Farinello, que no tuvo empacho en decir que él no hubiera firmado un contrato ni con Jorge Born ni con Galimberti y que fue contundente en el pedido de solidaridad para la obra que realiza en favor de los desposeídos. "Los que quieran ayudarme -dijo-, que no llamen a Telecom ni nada. Que compren comida y, aunque sea, yo la voy a buscar a sus casas."



El padre Farinello y la televidente hablaban de los que dan sin pedir nada a cambio; de los que creen que la solidaridad es un valor en sí mismo, capaz de ponerse en marcha sin tener delante la zanahoria de la rifa del auto o del millón. Aludían a los que sueñan con un mundo en el que la justicia torne innecesaria la caridad, pero que son conscientes de que a un niño que hoy está a punto de morir por desnutrición, de nada sirve prometerle el paraíso del mañana. Sin embargo, en estos tiempos en los que se ha entronizado lo que Gilles Lipovetsky llama "la ética indolora", se lleva más levantar el teléfono para hacer caridad casi sin darse cuenta, llamando a un concurso televisivo. "Ya no hay causas nobles sin estrellas, ni gran colecta sin sonido", sostiene el filósofo francés en su libro "El crepúsculo del deber".

"Los buenos sentimientos han hecho su entrada en la arena mediática, los "empresarios morales" no son sólo las asociaciones caritativas y humanitarias, sino también las cadenas de televisión y las estrellas. Cuanto más se debilita la religión del deber, más generosidad consumimos; cuanto más progresan los valores individualistas, más se multiplican las escenificaciones mediáticas de las buenas causas y más audiencia ganan. La era posmoralista no significa expulsión del referente ético sino sobreexposición mediática de los valores, reciclaje de éstos en las leyes del espectáculo de la comunicación de masas", escribe Lipovetsky.


 

Las colectas televisivas, cuando no hay fraude de por medio, desde el punto de vista cuantitativo, generan éxitos rotundos. Participar en un teleconcurso y de paso hacer una obra de bien no duele demasiado. "La caridad de los medios no culpabiliza, no da lecciones de moral, conmueve mezclando el buen humor y los sollozos contenidos, las variedades y los testimonios íntimos, las hazañas deportivas y los niños impedidos. No ya una moral de la obligación, sino una moral sentimental-mediática", explica el pensador francés. Puesto a desentrañar la lógica de la caridad posmoderna, sostiene: "Nada debe estropear la felicidad consumista del ciudadano-telespectador; hasta el desamparo se ha convertido en ocasión de entertainment . (...) Hemos ganado el derecho individualista a vivir sin sufrir el aburrimiento de los sermones, todos los focos sobre el espectáculo de las variedades y los desheredados, risas y lágrimas, hasta la moral debe ser una fiesta. (...) Terminada la severidad de la obligación moral, se da paso a los fuegos artificiales de los gestos generosos transformados en ingredientes del espectáculo." Si así están las cosas en el mundo contemporáneo la disyuntiva es de hierro: rechazar de plano el maridaje entre la solidaridad y el show, en defensa de los valores que conminan a ayudar al que lo necesita sin esperar la contrapartida en la timba televisiva, o privilegiar la urgencia de los que pasan hambre y aceptar la caridad a distancia a la que está dispuesto el ciudadano-telespectador. Una sola cosa es inadmisible: que quienes con buenas intenciones opten por la segunda vía, tengan que caer en manos de empresarios deshonestos, sean quienes fueren.

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