Opiniones

21/11/2002

Fuente: ambitoweb - Edición 752

Proceso contra el clero

Por: Carlos Saúl Menem

La Iglesia Católica es en la Argentina una de las instituciones que más confianza merece. En ella no sólo se depositan creencias personales, sino esperanzas y deseos. La Iglesia colabora casi de la misma forma que el gobierno  -y sin recursos públicos-  en la lucha contra el hambre, la indigencia y la pérdida de la dignidad; defiende la vida, la niñez, la nutrición, el crecimiento, la educación adecuada, la formación moral, la ética pública y privada; mantiene orfanatorios, hospicios, hospitales, dispensarios y  -sobre todo-  tiende una mano sincera a aquellos que sienten haber perdido en la vida.

Cáritas es un ejemplo excepcional de solidaridad activa. Tuve muchas ocasiones  -las más excepcionales de mi vida pública-  de unir mi voz a la del Santo Padre para defender la vida desde el momento de la concepción, repudiar el aborto y la manipulación genética, y defender la honra y el futuro de bebés, niños y mujeres grávidas. Soy muy consciente  -acaso por haber sido criado en una de las más pobres provincias del país-  de que la Iglesia está allí donde la gente humilde la precisa, con la mano tendida para dar.

Es muy cierto que deben condenarse las acciones criminales que cometan laicos y sacerdotes, y en este último caso con más fuerza moral por estar ungidos de una representación vicarial. Pero no es menos cierto que el modo en que se han montado escándalos sobre hechos no probados  -en la Argentina y en el mundo-  pone en duda la veracidad de los mismos. El propio papa Juan Pablo y nuestro cardenal Estanislao Karlic han clamado por lo que, entienden, es un montado espectáculo que tiende al desprestigio, el cínico escarmiento y la degradación de la imagen.

No me parece casual que el Estado argentino  -que está constitucionalmente obligado a sostener el culto católico-  haya enmudecido ante hechos tan aberrantes. Quien sostiene un culto debe hacerlo con convicción y defenderlo en todo trance, so pena de complicarse con sus detractores. Podría ser extraño que la Secretaría de Culto fuera, con su silencio, un activo cómplice del demérito eclesiástico en campaña. Pero otras fueron las épocas de quienes honraban esa alta dependencia del Estado con su probidad y juicio intachable. El mensaje parece indicar que si un sacerdote da de comer dignamente a más de seis mil niños, puede terminar preso por delito no probado. Esa causa atravesó ya a un juez y a un fiscal, y sigue el repugnante curso mediático que todos vemos. El sacerdote está preso y su dignidad está licuada.

• Moral aplastada

De ningún modo deben defenderse los presuntos actos que se imputan. Pero es muy claro que el impactante repiquetear de la misma campana  -en ese caso y en otros, todos difusos-  habla de un proceso meditado y financiado contra el clero. Pocas son las entidades que pueden alzar una campaña contra institución tan grande y querida como la Iglesia. Se necesita mucho dinero y mucha impunidad para acometer espectáculo tan visible. La vulgaridad contínua del escándalo y su impertinencia sostenida hablan de la moral aplastada a mazazos de sus actores. Acaso por una natural intuición de estos hechos, la gente más humilde de nuestro pueblo ha defendido a las víctimas de escarmiento con su cercanía y las manifestaciones de su amor. El silencio del gobierno y la desfachatez del amarillismo televisivo son su contracara. Alguna vez habremos de pedir explicaciones sobre hechos tan procaces, pues si no puede tolerarse la relajación de todas las costumbre, acaso haya llegado el momento de indignarse definitivamente. El Sumo Pontífice manifestó hace casi exactamente un mes que no aciertan quienes escogen hechos muy aislados o los inventan para encadenar mentira con verdad y darle una divulgación desenfrenada. La Iglesia ha revestido su historia con sabiduría.

Se ha podido enjuiciar y quebrar la honra de muchos de esta aviesa manera que conozco y sufrí: la Iglesia será defendida por su grey, que sabe la verdad porque ha visto la bondad y el amor en sus pastores, como ve el odio necio y el rencor insolvente en dirigentes de otros ámbitos.

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